lunes, 4 de junio de 2012

Sección Deportes


Ciclismo:



Una de las características del siglo que va a morir es la adquisición de velocidades anormales.
En primer término,  la electricidad.  Sus nervios  -formando con la tierra un carrete alrededor del cual se arrollan 11 veces-  transmitirían la sensación en un segundo.  Hiperestesia  formidable,  cuyo secreto  es  una  insignificante reacción química,  y cuya trascendencia pone, en una hora, la misma impresión en los cinco continentes.
  Luego las locomotoras,  las torpederas,  los transatlánticos,  todos los medios de locomoción que elaboran en su vientre de acero digestiones de kilovatts,  y cuyo esfuerzo vital arrastra por las tierras y por las aguas,  masas de progreso ó de destrucción.
  Si extraña ese prodigio en las enormes maquinarias de movilidad,  llenas de calderas,  émbolos,  bielas,  bombas,  transmisiones  -heroica musculatura pulida y engrasada-  no sorprende,  sin embargo.
  La nota de asombro ocorresponde a un pequeño y curioso aparatito de mecánica,  sencillo hasta el esquema,  prodigioso hasta la exageración,  cuyo largo no pasa de lm. 40cm.,  cuyo ancho no es mayor de 0,40 cm.  y por medio del cual se obtienen velocidades que sólo son superadas por las mejores locomotoras:  la bicicleta.
  Reducir en un organismo de esas dimensiones los grandes impulsos de la biela,  de la hélice,  de la pala;  encerrar  entre dos ruedas dentadas y una cadena  el misterio de los grandes movimientos;  hacer saltar bajo un golpe de cuádriceps,  que quedan en un segundo a 20 metros detrás,  es a nuestro modo de ver,  la más vigorosa conquista de nuestro siglo.
  Nada de grandes aparatos,  nada de complicaciones aceradas,  en las cuales el esfuerzo toma mil formas y mil caminos antes de obrar eficazmente:   un cuadro de débiles tubos,  dos ruedas,  el más rudimentario de los engranajes,  y la máquina puesta en acción,  pasa a los vapores,  pasa a los torpederos,  pasa a los mejores caballos de carrera y se mantiene al lado de las locomotoras, ambas devorando el espacio :  una mugiendo,  otra silenciosa,  una  llevando  30.000 kilos en su mole,  otra tan solo 10  kilos.
   Y ahora  haremos notar algo que si pocos conocen,  muchos ignoran.
   Aunque es sabido que en una distancia larga el mejor caballo no puede con la bicicleta  (suponiendo  que un mediano ciclista hace muy bien 33 km. en una hora,  cosa muy difícil aún para un pura sangre)  no pasa lo mismo cuando se trata de pequeñas distancias.
   Se tiene la seguridad  de que en 20  ó  en 1000 mts. la bicicleta quedaría muy atrás.
   Es  un  error.
   Hay campeones que corren  1 km.  en 56 segundos. ¿Verdad  que es una buena velocidad?
   Y  no hablemos de los embalajes finales  (usando el tecnicismo)  en los cuales se llega a hacer 21 mts. en  un segundo,  que corresponderían a 75.600 mts. en una hora,  como quien dice quince leguas.
   Dudamos que el mejor de los  pur-sang  salve  21 mts. en aquel espacio de tiempo.
   La  bicicleta  es la máquina de actualidad y del porvenir.  Vendrán grandes perfecciones en los modernos medios de locomoción,  vendrán los automóviles ideales,  su8bmarinos,  globos dirigibles, todo lo que se quiera y es digno de nuestro adelanto y entusiasmo;  pero condensar en un casi juguete los medios de gran movilidad,  de gran sport,  de gran diversión y de gran ejercicio,  es el postrer esfuerzo de este siglo,  tal vez impotente para producir otro semejante.
   Porque el gran atractivo de la bilicleta consiste en  transportarse,  llevarse uno mismo,  devorar distancias,  asombrar al cronógrafo,  y  exclamar al fin de la carrera:  ¡mis fuerzas me han traído!
    Este es un triunfo,  ésta es la satisfacción.
   ¿Que he recorrido 30 leguas a caballo?...
   ¿Que el ferrocarril me ha  llevado en tal tiempo a tal distancia?...
   No hay en ello más mérito que el de dejarse conducir,  ni hay en él más amor propio que el que pasea en tranvía.  Falta el gran principio de vitalidad,  el egoísmo si se quiere  -de decir:  "He venido por mi mismo,  mis fuerzas me han traído,  a nadie debo nada.  Toda la gloria es mia.  Ya a toda velocidad,  ya despacio,  mis músculos  han obligado  a la máquina  a  ponerse en movimiento.  Soy la Fuerza,  el  motor,  único sobre quien puede caer el aplauso".
   He aquí las reflexiones que se hacen  -no digo uno sino millones-   todos los elegidos,  todos los ciclistas.



Horacio Quiroga :  De Sport (Algunas colaboraciones en la Revista del Salto, 13-11-1899)
                             De "H.Quiroga, obras inéditas y desconocidas, Ediciones arca"






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Rafael Barrett:


De deporte


Todos los juegos son simulacros de combates,  representaciones atenuadas de la esencia misma de la vida:  la  guerra.  Entre ellos, los deportes expresan más agudamente la lucha. Los ingleses,  tenaces hombres de acción,  llaman también deporte al boxeo sin guantes.  El  desarrollo de los deportes es por lo común  beneficioso,  porque despierta y disciplina los instintos fundamentales del animal humano:  la audacia,  la astucia,  la resistencia,  la crueldad.  Mediante el ejercicio de sus músculos,  el individuo se oconvierte en una unidad útil,  puesto que se hace temible.  [ . . . . . .]

Se cree que el deporte cura a las personas y reforma las razas.  [   . . . . ]
La salud individual ó colectiva,  como la inocencia,  no se recobra nunca del todo,  y el deporte es una cataplasma poco eficaz para torcer el destino de los pueblos.


Rafael Barrett
(De Ensayos de Rafael Barrett,  - de Wikisource,  la biblioteca libre-)


Box


Johnson
de
Rafael Barrett


El mejor de los boxeadores negros ha vencido al mejor de los boxeadores blancos. Es algo escandaloso. Johnson se ha olvidado de que pertenecía a una raza inferior. Sus homocromos caníbales no se olvidan de que la carne de blanco es la más exquisita de todas. Se acaban de comer en África dos misioneros. Pero Johnson no quería comerse el cuerpo de Jeffries. Quería comerse su alma. Es un negro civilizado. Triunfó, no solamente por el músculo, sino por la perseverancia y por la inteligencia. Energía bruta, y también habilidad y voluntad. Es el triunfo del hombre completo. Sus puños han caído sobre el rostro blanco, y lo han hundido en la sombra. ¡Oh trompadas infamantes como bofetadas! Transmitidas por telégrafo a medida que las recibía Jeffries, pocos instantes después las sentían en su piel los norteamericanos. Y muy pronto las ciudades de la Unión reproducían la tortura, mediante sus cinematógrafos. Gracias a un film, las generaciones podrían contemplar, hasta la consumación de los siglos, la imagen viva de la derrota de Jeffries, la caída de los puños negros sobre el rostro blanco. ¡Oprobio nacional! Y en gran parte del territorio de los Estados Unidos, los blancos empezaron a linchar negros con doble animación que de costumbre.
Observemos, a fin de excusarles, que los paisanos de Roosevelt -el cual, siendo presidente, sentó a un negro a su mesa- han sido heridos en una fibra más sensible aún que la racial y patriótica: la fibra propietaria. Por añadidura, Roosevelt, que representa casi matemáticamente a sus electores, identifica las dos. Durante su última gira, ha repetido en el Cairo, en Roma, en Berlín y en París, que el primer deber del ciudadano es hacerse rico. Es un deber patriótico. Pues bien, la mayoría de los yanquis blancos habían apostado 10 a 6 por Jeffries. ¿Comprendéis ahora toda la extensión del desastre? El dinero, que con tanta facilidad suple a la honra, con ella naufragó. Y luego la ira de errar el diagnóstico, de haber sido engañados... ¿por quién? Esto exige una breve digresión analítica.
Si juego a cara y cruz, en ignorancia absoluta de la suerte, apostaré a la par, 6 contra 6. Si sé de antemano que hay trampa, pero ignoro en obsequio de quién, seguirá apostando a la par. El dato me es inútil. Y he aquí lo curioso: si habiendo ya perdido, me entero de que hubo trampa, protesto indignado. ¿Por qué? Porque de haber sabido antes de jugar, el «sentido» de la trampa, habría estafado a mi contendiente. No aprovechar la ocasión de estafar a mansalva, equivale a ser estafado por el prójimo y no hay juego sin trampa. A cara y cruz, lo único justo sería que las monedas quedasen de canto. En la más equitativa ruleta de la tierra, la bolita se decide a preferir un número, uno sólo -al menos, aquella vez-, un número favorecido por la naturaleza oculta. Los que apostaron 10 a 6 -¡Jeffries!- le creyeron favorito probable de las trampas de una patriótica naturaleza, amiga de los Hombres Pálidos. Y la naturaleza se puso del lado del negro. Y ellos, a quienes nadie impedía apostar por Johnson, juntaron a sus otros dolores, la rabia de haberse estafado a sí mismos.
Johnson, si se me permite emplear términos de fotografía, es un negativo que nos revela las líneas inesperadas de la realidad. Johnson -Menelik en tournée- ha demostrado al mundo que los negros, como los amarillos, son capaces, en ciertas condiciones, de vencer a los blancos. ¡Oh, la alegría de Johnson, la alegría de este hijo de la esclavitud; la sonrisa de los dientes blancos que deslumbran en el rostro negro! Blanco, negro... ¿qué importa? Ilusión de los odios. Los blancos odian a los negros, como se odian entre sí; pero la diferencia de color facilita la caza. Las casillas de un tablero de ajedrez se pintan alternativamente de negro y de blanco, para comodidad de los adversarios. Pura fórmula. Hay un rey blanco y un rey negro; mas lo esencial es dar jaque mate al otro. ¡El otro es el enemigo! Debajo del barniz negro o blanco corre la sangre, y la sangre es siempre igual, es siempre roja. Son las sangres las que se aborrecen.


Publicado en "La Razón", Montevideo, 20 de julio de 1910.

 

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