(Tomás Mercante)
Todo lo que somos
lo debemos a la
reproducción,
y el resto a la
producción:
La producción y la
reproducción,
tal como las
conocemos, son
producto de la
división.
Podemos mantener
opiniones divididas,
pero la producción
de conocimiento
no puede detenerse:
Necesitamos conocer
más
para poder producir
más -somos el
producto de lo que
pudimos producir-
Los niveles de
producción alcanzados
no serían posibles
sin la división
del trabajo.
La forma superior de
reproducción
es la división.
Las más altas expresiones
que produce la
naturaleza humana -la
música, las
matemáticas y otros productos
del pensamiento
abstracto- son fruto de
la división.
La música,
disciplina rigurosa, procede
de esta operación
elemental: separar lo
que perciben
nuestros sentidos, dividir:
ruido y sonido.
Sabemos que la
música se hace con sonidos,
pero aislar y
clasificar los sonidos no es
sencillo: primero
hay que poder definir.
Durante miles de
años, el hombre no sabía
definir el sonido,
ni siquiera el ruido: -aunque
fuera capaz de
producir ambos-
Deambulaba a
tientas, emitiendo, incorporando,
repitiendo sin
saber, intercambiando ruidos y
sonidos sin sentido.
(En un principio
sólo había sonidos y silencio:
todo material sonoro
provenía de la Naturaleza;
sólo había
silencio y sonidos naturales -que
solían
interpretarse como señales de peligro:
el hombre teme a lo que no conoce-)
el hombre teme a lo que no conoce-)
En un principio todo
era sonido: no se necesitaba
el sentido. Pero el
hombre no conocía la naturaleza
del sonido -ni sus
propiedades y utilidades- No conocía
la palabra sonido:
No tenía conciencia, ni palabras:
sólo podía emitir
sonidos sin sentido (emitir sonido es
más fácil que
emitir sentido)
Esbozaba alguna
música con su voz ó valiéndose de
instrumentos
precarios, imitando los sonidos de la
Naturaleza (hoy
sabemos que la naturaleza no tiene
ningún sentido)
Podía emitir
sonidos, pero no podía
emitir sentido:
No había comercio ni intercambio posible; sus sonidos
carecían de valor.
No había comercio ni intercambio posible; sus sonidos
carecían de valor.
Con la conquista del
lenguaje articulado, cobró
conciencia de la
necesidad de dividir: condición
necesaria para
articular, tanto como para la actividad
comercial y la
actividad consciente -sin división, no
habría actos
conscientes e inconscientes-
Gracias a la
conciencia, distinguimos
ruidos y sonidos:
ruido es sonido no deseado.
Gracias a la
conciencia, podemos hacer consciente el
deseo -aunque la
voz de la conciencia es silenciosa-
y determinar si
percibimos ruido ó sonido.
(El sonido incluye a
todos los ruidos:
sólo lo no sonoro
no es sonido)
Ahora, mientras
escribo, oigo voces ajenas que
provienen de casas
vecinas. Puedo afirmar sin
vacilar: es ruido,
para mi, que desearía no oírlas,
aunque para ellos
sea sonido.
Hay consenso en que
es ésta la definición más
precisa para el
ruido: Sonido no deseado.
Pero no habrá
consenso más allá de esta definición:
Cada uno decidirá
por sí mismo qué sonidos desea
en distintas
ocasiones.
Curiosa paradoja,
el ruido: para poder definirlo
en forma precisa y
objetiva, hay que recurrir al
deseo, lo más
subjetivo que puede emitir
un sujeto.