domingo, 22 de febrero de 2015

Oíd el ruido

(Tomás Mercante)



Todo lo que somos

lo debemos a la reproducción,

y el resto a la producción:


La producción y la reproducción,

tal como las conocemos, son

producto de la división.


Podemos mantener opiniones divididas,

pero la producción de conocimiento

no puede detenerse:


Necesitamos conocer más

para poder producir más -somos el

producto de lo que pudimos producir-


Los niveles de producción alcanzados

no serían posibles sin la división

del trabajo.


La forma superior de reproducción

es la división. Las más altas expresiones

que produce la naturaleza humana -la

música, las matemáticas y otros productos

del pensamiento abstracto- son fruto de

la división.


La música, disciplina rigurosa, procede

de esta operación elemental: separar lo

que perciben nuestros sentidos, dividir:

ruido y sonido.


Sabemos que la música se hace con sonidos,

pero aislar y clasificar los sonidos no es

sencillo:   primero hay que poder definir.


Durante miles de años, el hombre no sabía

definir el sonido, ni siquiera el ruido: -aunque

fuera capaz de producir ambos-


Deambulaba a tientas, emitiendo, incorporando,

repitiendo sin saber, intercambiando ruidos y

sonidos sin sentido.


(En un principio sólo había sonidos y silencio:

todo material sonoro provenía de la Naturaleza;

sólo había silencio y sonidos naturales   -que

solían interpretarse como señales de peligro:


el hombre teme a lo que no conoce-)


En un principio todo era sonido:  no se necesitaba

el sentido. Pero el hombre no conocía la naturaleza

del sonido -ni sus propiedades y utilidades-  No conocía

la palabra sonido: No tenía conciencia, ni palabras:

sólo podía emitir sonidos sin sentido  (emitir sonido es

más fácil que emitir sentido)


Esbozaba alguna música con su voz ó valiéndose de

instrumentos precarios, imitando los sonidos de la

Naturaleza  (hoy sabemos que la naturaleza no tiene

ningún sentido)


Podía emitir sonidos, pero no podía emitir sentido:

No había comercio ni intercambio posible; sus sonidos

carecían de valor.


Con la conquista del lenguaje articulado, cobró

conciencia de la necesidad de dividir:  condición

necesaria para articular, tanto como para la actividad

comercial y la actividad consciente  -sin división, no

habría actos conscientes e inconscientes-


Gracias a la conciencia, distinguimos

ruidos y sonidos:  ruido es sonido no deseado.


Gracias a la conciencia, podemos hacer consciente el

deseo  -aunque la voz de la conciencia es silenciosa-

y determinar si percibimos ruido ó sonido.


(El sonido incluye a todos los ruidos:

sólo lo no sonoro no es sonido)


Ahora, mientras escribo, oigo voces ajenas que

provienen de casas vecinas. Puedo afirmar sin

vacilar: es ruido, para mi, que desearía no oírlas,

aunque para ellos sea sonido.


Hay consenso en que es ésta la definición más

precisa para el ruido:   Sonido no deseado.


Pero no habrá consenso más allá de esta definición:

Cada uno decidirá por sí mismo qué sonidos desea

en distintas ocasiones.


Curiosa paradoja, el ruido:   para poder definirlo

en forma precisa y objetiva, hay que recurrir al

deseo,   lo más subjetivo que puede emitir

un sujeto.



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