"Los animales nos hacen más humanos"
Los animales son
como las armas:
pueden ser
peligrosas, pero resultan
útiles para el que
sabe manejarlas.
Su posesión brinda
seguridad, -uno nunca
sabe cuando puede
necesitarlas- lo mismo
que el conocimiento.
El conocimiento es
un arma; la producción
de conocimiento
obedece a la necesidad de
producir cada vez
mejores armas.
Somos la única
especie que produce armas:
las armas, como los
animales, nos hacen más
humanos.
Hay armas genuinas y
dudosas, nobles e
innobles: como los
animales.
Animales nobles son
aquellos que podemos
domesticar y nos
prestan algún servicio:
ya sea que nos
brinden su compañía, su amor,
su trabajo ó sus
proteínas.
Ser domesticable y
útil: dos cualidades que
ennoblecen al animal
-incluído el animal
humano-
Animal noble es el
caballo: una vez sometido
(educado) se adapta
sin quejas al trabajo más
duro; responde bien
a los sistemas de comunicación
humanos, acepta de
buen grado al jinete y a la fusta,
a las espuelas y al
freno metálico en la boca, y
agradece la
herradura que le clavan en las patas.
De acuerdo al
estímulo aplicado, el flete decodifica
e interpreta: si
queremos andar al paso, al trote ó
requerimos un galope
corto ó largo...
Innobles son
aquellos que no sólo no nos ofrecen
ninguna prestación,
sino que pueden también
ocasionarnos
molestias o perjuicios.
Algunos, aún cuando
no nos molesten, pertenecen a
esta categoría por
gozar de una apariencia desagradable:
sapos, gusanos,
arañas, cucarachas y sobre todo las
ratas, nuestro
ancestro mamífero, que además de su
indeseable
apariencia es portadora de enfermedades
y pestes.
La abeja es noble,
contiene profusión de utilidades:
a la polinización
de los cultivos se agregan todos sus
nobles productos
-miel, polen, jalea real, propóleos-
pero si se nos
acerca demasiado, lo más seguro es
ultimarla sin demora
y sin culpa: es legítima defensa.
La babosa pertenece
al orden de los gasterópodos, como
el caracol: son
seres que se arrastran -y pueden, incluso
reptar por las
paredes- seres casi líquidos, mucho más
antiguos que
nosotros y que la mayoría de los animales
que todavía nos
acompañan.
Si priváramos a un
caracol de su carcaza, sería difícil
distinguirlo de una
babosa, tanta es su semejanza. Sin
embargo, esta
diferencia es suficiente para otorgarle un
rasgo de nobleza a
uno -simpática criatura que transporta
su casita- y
despreciar al otro: inmundo bicho que se arrastra
como una gelatina
informe, húmeda, viscosa y tan desagradable
al tacto como a la
vista, y que además devora nuestras plantas.
La baba de caracol
es muy apreciada por sus propiedades
dermatológicas. No
así la baba de babosa.