viernes, 25 de noviembre de 2016

Deuda interna

(Carlos Inquilino)



Nadie sabe lo que pasa
dentro de sí.
Aunque se interne y se ensimisme
en la aventura del auto conocimiento.
Uno puede pensar en uno,
concentrarse en las funciones
de sus órganos más íntimos,
en los sonidos interiores de fluídos
que circulan dentro de uno, en un
sentido u otro, surcando sus propias
cavidades, ajenos al mundo exterior
y sus sentidos dados.
Uno puede aguzar los sentidos
hacia adentro de su unidad inapropiable,
procurando penetrar la insondable realidad
del movimiento que lo nutre, sosteniendo
circuitos neuronales, proveyendo equilibrio
y sentido de unidad a esa diversidad de
células, tejidos, moléculas.
Uno puede concentrarse más, abstraerse
de su propia realidad objetiva, de su entorno
e incluso de las percepciones condicionadas
por el conocimiento, y ahí, en abstinencia
de todo estímulo ajeno, sin interferencias
emotivas, ahondar en la noción de unidad:
el último refugio de la subjetividad más
íntima, y llegar a percibir el mínimo y
acérrimo rumor de las colonias de bacilos
y bacterias dirimiendo su batalla cotidiana
en el seno de uno. De ellos depende
la unidad precaria, dudosa y paradójica
que abona nuestras aspiraciones de sujeto:
Por cada célula humana hay diez que
no lo son. 



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