(Ricardo Mansoler)
No tengo
convicciones, pero tengo pautas.
No tengo valores,
pero tengo códigos.
No tengo amigos,
pero tengo contactos y seguidores.
No creo en la ley,
pero sigo protocolos.
Todos observamos
protocolos.
Se puede prescindir
de la ley, más no
del protocolo.
Toda acción, aún
la más insignificante,
obedece un orden
protocolar.
El protocolo, es un
orden que contempla y
determina los
sucesivos pasos a seguir
para arribar a un
resultado predeterminado.
Cada uno, tiene sus
propios protocolos
cotidianos,
conductas que repetimos como
fórmulas, hábitos
adquiridos cuya repetición
se vincula a una
necesidad, y su respuesta
más o menos
previsible.
Se puede inducir que
la vida se reduce
a la aplicación
correcta y articulada
de una cantidad de
protocolos repetibles.
Cada disciplina,
cada actividad humana,
reconoce los que le
son propios:
El protocolo del
proctólogo,
el protocolo del
arzobispo, del carnicero,
del meteorólogo,
del asensorista, del jugador
o del gendarme; del
agregado cultural, del
traductor, del
ideólogo y del enterrador,
el protocolo del
taxidermista, del especulador,
del epistemólogo,
del turista o del torturador,
son diversos entre
sí, como el protocolo del
redactor y el del
redactor de protocolos…
Yo tengo mi
protocolo para escribir,
pero me lo reservo:
no quisera ser
calificado como
confesional, ni siquiera
como
auto referencial, tengo
mis códigos; y son parte de otros
mis códigos; y son parte de otros
protocolos.