(Remigio Remington)
Un insecto no identificado
se posó en la mesa
mientras tomábamos mate
con mi amigo Casimiro
(Casi, para los amigos)
como queriendo terciar
en la conversación, no
muy animada.
Nos miramos con Casimiro
(Casi, para los amigos)
a la vez que observábamos al visitante
¿Qué bicho será?
No lo conocíamos, ni yo ni Casi,
pero pudimos consensuar: es un insecto
¿Y qué es un insecto, sino un organismo
vivo, un ser deseante, sintiente y mortal
como nosotros?
¿Qué hacer ante esta presencia inesperada?
Consensuamos entablar una sana competencia:
cada uno en un papel, anotaría las impresiones,
inquietudes, sentimientos, identificaciones,
afinidades e imágenes y pensamientos positivos
que le despertara el bicho…
Una sana competencia, como los juegos infantiles
para ver quien era capaz de generar mayor
empatía con el insecto. Así, fuimos sumando
términos que reflejaban los distintos grados
de aproximación perceptiva y afinidad con el
intruso: pariente, semejante, prójimo, compañero,
un hermano, un par, una partícula de sentido
cósmico que viene a compartir su mensaje de
amor.., y merecería el nuestro, que acaso sólo
vacila por la falta del significante correcto…
Faltaba el nombre:
Consensuamos que era necesario
y gugleamos la foto del bicho en sitios
entomológicos, pero las respuestas dejaban
dudas, eran imprecisas…
Ante la imposibilidad de identificación
fehaciente, y el peligro que representa
cualquier animal desconocido, con Casimiro
(Casi) consensuamos que la decisión
correcta era deshacernos de él, por una
cuestión de seguridad…
Si lo ahuyentábamos, corríamos peligro
de que volviera con ánimo de venganza,
así que procedimos a aplastarlo como a
un bicho, después de consensuar.
En cuanto a la competencia,
comprobamos que éramos ambos
tremendamente empáticos,
y acordamos un empate.
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