(Tomás Mercante)
Hay quienes pierden la cabeza
por un cuerpo -hay cuerpos
que justifican la pérdida capital-
Hay cabezas que se pierden
-y las hay que sólo sirven para
incorporar-
Hay cuerpos sin cabeza,
no dejan de ser cuerpos:
no son semicuerpos
ni subcuerpos,
no son inferiores ni menores:
los cuerpos celestes
carecen -ó bien son sólo
cabeza-
Un espermatozoide
es un cuerpo pequeñísimo,
que sólo tiene cabeza
y cola, como los cometas.
Hay cabezas que vacilan,
cabezas que desisten
de completar cuerpos: no
hallan nada que merezca
ser encabezado, prefieren
mantener su autonomía
dejando a cuanto cuerpo se
le ofrezca librado a la más
absoluta acefalía.
El movimiento de una cabeza
puede ser más ó menos limitado
cuando está sujeta a un cuerpo
-las hay que giran hasta 180 grados-
pero ningún movimiento necesita
ser encabezado -por el contrario,
abundan ejemplos de movimientos
que fracasan gracias a una conducción
errática, a una cabeza torpe-
La humana, es una especie que ha
apostado todo a la cabeza, en una clara
y evidente desproporción:
la ambición evolutiva, impulsando el
desarrollo desigual, emite cabezas que
deben nacer antes de tiempo -una necesidad
impuesta por el volumen de la desmesura
nos acompaña y apura-
La vida es
corta y dura, se padece y se goza
en
proporciones azarosas...
(Piensa la cabeza, -la cabeza piensa-
pero para gozar se necesita un cuerpo)
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