Autóctonos o no,
compartimos
síntomas, divisas
y consignas, culpas
y premisas.
No nos une el amor
ni la empatía,
sino apenas unos
símbolos dudosos
y una deuda
histórica: deuda, historia
y lengua son cosas
compartibles y
heredables.
Nos une una lengua,
que supo ser
del invasor. Ahora
es la lengua
nativa.
Algunos sostienen
que es una de las
cosas que debemos al
invasor, junto
al caballo, el trigo
y la civilización.
Una deuda dudosa,
para otros,
tanto como su
historia
y la de sus
patrocinadores:
Cuando llegó el
invasor
estas tierras no
conocían deuda.
La Historia no la
hacemos entre todos,
sólo la heredamos,
como la deuda: hay
deuda legítima e
ilegítima, supo haberla
pública y privada,
pero el buen sentido
democrático
prevaleció: se impuso lo
público -el
Estado somos todos-
Hoy todos nos
debemos, autóctonos o
no, y coincidimos en
la necesidad de
honrar las deudas
-legítimas o no-
mientras nos
seguimos endeudando,
por culpa de la
herencia histórica, una
pesada herencia.
No nos une el amor,
sino apenas unos
símbolos dudosas, y
la condición
deudora: En nuestra
lengua nativa hay
deudores y
acreedores, contribuyentes
y beneficiarios,
hay mora y hay usura,
hay víctimas y
victimarios:
Todos necesarios
-todos los significantes
son necesarios, en
distinta medida, para
la continuidad de la
lengua-, en tanto
conserven alguna
utilidad, como ocurre con
los sujetos -otros
significantes-
La lengua hace
posible la ilusión
de unidad; nos
reconocemos en ella
como habitantes de
un lugar común,
autóctonos o no.
Fuera del sistema
del lenguaje,
la comunidad no
existe como unidad.
La única unidad es
el sujeto,
que está dividido y
nunca es autóctono:
es siempre un inmigrante.
es siempre un inmigrante.
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