martes, 30 de mayo de 2017

La felicidad verdadera

(Tomás Lovano)



El mundo tiende a la felicidad.
Nos encaminamos a un mundo cada vez
más feliz. Hay estudios que dan cuenta
de un aumento de los índices de felicidad
aún en sociedades que no gozan de altos
niveles en calidad de vida.

¿Qué es la felicidad?
No hay una definición definitiva, ni existe
una fórmula universal. Cada uno puede
encontrar su propia forma: Gracias a la
ciencia, sabemos que la felicidad es un hecho
individual -hay nichos- y no depende de
condiciones materiales vinculadas a la
posición social; no depende de condiciones
exteriores al sujeto: está en el cerebro.

No todos necesitamos lo mismo, cada individuo
es único e irrepetible, sólo podemos confiar
en la ciencia (el fin de la ciencia es que seamos
felices: la producción de conocimiento incluye
el conocimiento de la felicidad)

La ciencia, no sólo da respuestas verificables,
sino que sistematiza el conocimiento en diversas
disciplinas para hacer disponible su utilidad
y aún más: lo objetiviza (el método científico
es el único que goza de autoridad para establecer
la validez de un conocimiento, determinando su
objetividad. Esto nos pone a resguardo del fraude
de las pseudociencias, fijando los límites entre
ciencia e ideología: ésta responde a intereses, la
ciencia sólo se interesa en la verdad)

Así como la propiedad objetiviza la libertad
individual, como descubriera Hegel, la ciencia
objetiviza la producción de conocimiento.
El conocimiento objetivo es la única fuente de
provisión de verdad. La única verdad es esta realidad:
los neurotransmisores, son los responsables de nuestras
emociones, que a su vez determinan elecciones y
decisiones que serán responsables de la felicidad.

La evidencia científica, nos dice que podemos generar
nuestros propios recursos para producir felicidad.
Basta con entrenar el cerebro para producir dopamina,
el neurotransmisor responsable de la felicidad.

La neurobiología da cuenta que una distribución
defectuosa de la serotonina -otra sustancia química que
produce el cerebro- se vincula a la agresión, la violencia
y toda conducta disrruptiva del orden social.
La insatisfacción, el resentimiento, la rebeldía, son
estados emotivos negativos, cuya verdadera causa
no son la crisis económica, la inequidad del sistema,
las condiciones de producción, ni la lucha de clases,
sino el déficit de serotonina, que crea ansiedad y nos
impide relacionarnos adecuadamente con el placer y el
prójimo.

El combustible del placer y la felicidad se llama
dopamina. Fumamos porque el cerebro lo pide,
fumamos por y para él, que es el que ordena; pero
si lo capacitamos para que se autoabastezca, ganaremos
en salud y en felicidad.

La felicidad es un proceso químico, una cuestión
biológica. Es más simple que la filosofía y menos
engoorrosa que el lenguaje psicoanalítico: Freud y
Lacán sólo produjeron literatura. La ciencia contradice
sus reparos con el término felicidad; ésta es posible
y se reduce, en última instancia, a funciones vinculadas
a la madre de todas las ciencias, la economía:

Tenemos demasiadas neuronas, no es posible mantener
tanta actividad; consumen más que otras células y el
costo es elevado, no contamos con recursos suficientes;
pero sí podemos atender a aquellas responsables de la
felicidad y producir los recursos necesarios para que
cumplan esta función: La producción autogestionada
de neurotransmisores, es la respuesta feliz a la demanda
natural de nuestra economía neurológica.

La felicidad está en las cosas simples: La Dopamina.

No hace falta demasiada actividad neuronal para ser
feliz. Es una falacia que se requiera ocupación plena
de esa multitud de neuronas, con una porción menor
y bien disupuesta es más que suficiente para las necesidades
comunes de cualquier contribuyente feliz, con o sin
pensamiento propio.

La felicidad está en las cosas simples, no hay necesidad de
profundizar ni buscar contradicciones. El pensamiento
crítico no conduce a la felicidad: los intelectuales no suelen
ser muy felices (con la filosofía poco se goza, advertía el
poeta popular).

En cambio, no se necesitan demasiadas neuronas para
cultivar el pensamiento positivo y desarrollar todo su
potencial. La evidencia científica demuestra que tampoco
necesitamos argumentos para acceder a la felicidad, incluso
a la felicidad verdadera.   Es más, cualquier imbécil puede 
ser feliz.


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