(Onésimo Evans)
Odio lo que hago,
pero debo hacerlo.
Dijo dios a sus
corderos, y creó el metabolismo.
Alguien tenía que
hacerlo, argumentó, y lo más
justo es que fuera
yo: Todo lo que hago es justo
-es palabra de dios-
Y siguió haciendo,
haciendo y emanando, y vio
que era bueno hacer
y emanar, premiar y castigar,
hacer saber y hacer
obedecer: Todo cuanto es,
obedece a la
voluntad divina, observó -en todo
estoy yo- y vio
que su observación era buena.
Observó las leyes
naturales, que acababa de crear
y vio que eran
buenas, aunque no tan justas ni
razonables, pero
sabiéndose fuente de toda razón
y justicia, lo
justificó. Y vio que era bueno
justificar.
E hizo la risa, los
sexos, los sentidos, y el libre
albedrío y las
distintas perversiones: los desvíos,
los atajos, son
oportunidades divinas para que cada
mortal encuentre su
camino en este valle, y goce
de su naturaleza
material según su deseo y su
necesidad.
La necesidad está
en la cima de la creación divina:
Es el límite
perfecto que sostiene la noción
de imagen semejanza,
la diferencia cualitativa
entre el Reino
Divino y nuestra condición subalterna:
El Creador dispone
que sus criaturas conozcan
la necesidad, que El
no conoce.
El plan divino es
perfecto:
¿Quién sabe que
harían estas criaturas condenadas
e imperfectas,
codiciosas y violentas, si se les
suprimiera la
necesidad?