jueves, 12 de septiembre de 2024

Recursos volátiles

 

(Encarnación Segura)

 

Nuestra fauna aérea o volátil

contiene, también, algunas especies

útiles.


Sin ir más lejos, están las aves

de corral, las de cetrería, el Ave

María y el abecedario.


Luego, las aves carroñeras, que

prestan un servicio y se nos parecen

bastante. ¿Cuál es tu favorita?


Las aves migratorias, cubren grandes

distancias desplazándose de un lado

a otro sin ningún sentido, ofreciéndonos

un buen ejemplo de inutilidad:


El vencejo puede volar sin pausa

durante días, come y duerme mientras

vuela ¿Qué tan lejos puede ir el vencejo?


Antes que eso habría que preguntar

¿Para qué?

¿Para qué consumir energías en movimientos

vanos, cuando podemos ahorrarlas a fin de

destinarlas a algo útil?


Conocemos las ventajas del sedentarismo,

basta caminar un poco para que la sangre

circule por nuestras venas.


Además, quien no se mueve

no siente las cadenas,

como explicara Rosa Luxemburgo.


Disección del nadador

 

(Senecio Loserman)

 

Hay quien nada y quien no nada:

Teme al agua quien no la conoce.

Algunos mueren sin conocerla.


También está el intrépido

que no le teme a nada

y se aventura aunque no sepa,

ni nadar ni nada:


El agua lo recibe indiferente,

igual que a un consumado nadador.


Hay nadador dador y receptor:

El que nació dador, siempre está

dispuesto a darlo todo; es dado

a darse por naturaleza, y no se mide

ante nada de lo dado.


Puede nadar en agua destilada

o enlodarse en una ciénaga nativa.


En cambio, el receptor no nada

en aguas que no sean seguras.

Calcula lo que puede recibir

del agua si la nada:


Aunque sepa nadar, no nada sin

conocer los riesgos encubiertos

en el agua.


Algunos prefieren aguas estancadas,

peligros conocidos y venenos naturales.

Otros, más cautos, se resignan

a ser nadadores que no nadan, y mueren

sin conocer el agua.


(Conocen que su cuerpo es casi todo

agua, y es más que suficiente)


La humildad de los poetas no conoce límites

 

(Tomás Mercante)

 

Había terminado de dar forma

a lo escrito:

era un poema redondo.


Tanto, que costaba distinguir

dónde empezaba y dónde terminaba.


Después de alguna corrección menor

entendí que estaba listo, no le faltaba

ni sobraba nada.


Podía ponerlo en circulación, o

darlo a conocer, al menos entre

el reducido círculo de mis amistades.


Lo pensé, y luego desistí:

Tan redondo y perfecto, resultaba

demasiado ambicioso para mi.


Me reconozco humilde, y prefiero

seguir circulando con humildad:


Sólo los humildes reconocen sus

límites. 


miércoles, 11 de septiembre de 2024

El pulpo y su tintero metafísico

 

(Nicasio Uranio)

 

Escoraba hacia el centro

de su propia pulpa

como un pulpo en desarrollo,


dudando de las siete maravillas,

del mar y de sus ocho tentáculos

concéntricos.


Escorar es un verbo intransitivo

para un pulpo en estado de reposo

¿Cuánto hace?


Hay quienes creen que los pulpos 

portan genes extraplanetarios, no 

serian de este mundo.


Cualquier memoria está llena de

tentáculos provistos de misterio.

Un pulpo no tiene por qué saberlo

pero puede pensar:


y concentrarse en cada movimiento

de su deseo impar, cefalopodo

y submúltiplo de ocho.


Las lágrimas de pulpo se disuelven

en el agua, como cualquier criatura

soluble de las conocidas.


Podría concentrarse más, y obtener

mayor concentración de sentido,

si no vacilara a la par del verbo

intransitivo en estado de reposo,


sólo para emitir este pseudópodo

apoético y no menos hipotético que,

como todo cuerpo, es también

político.


martes, 10 de septiembre de 2024

Una cuestión de forma

 

(Periferio Gómara)

 

Una distopía atípica

atravesó mi poema de diseño

contenidista, hasta entonces,

un poema analógico genérico.


Quedé perplejo, al cabo de

una asociación ilícita como

tantas otras.


La vida es continuo desafío

mientras dura, y cuanto más

dura, más vacilante torna

el cuerpo y la escritura.


Los contenidos van y vienen

y perimen: es la forma lo que

importa.


¿A quién le importa lo que

contenga un cuerpo o un poema?


Es su forma lo que atrae:

Somos formas que huyen de lo

grave, buscando distraernos

de secuencias previstas.


¿Cuánto hace que no visitas

a tu dentista?


El verdadero poema no responde

a nada, ni a sí mismo, pero puede

preguntarlo todo.


lunes, 9 de septiembre de 2024

Nadar solo

 

(Senecio Loserman)

 

Nadie nada solo demasiado lejos.

Pero nadie nada lejos demasiado

solo.


Los intentos fracasados se acumulan

como inútiles insignias.


Nadie enseña a nadar solo.

Nunca se enseña sólo a nadar:

(en toda enseñanza hay segundas

intenciones)


Primero hay que saber flotar;

algunos flotan por instinto natural,

otros se hunden en la propia torpeza

de un pleonasmo que repiten con

naturalidad:


Todo lo que se repite

acaba por volverse natural.


El instinto nos preserva del peligro:

Mejor no aventurarse sin saber.


Cuando se nace, no se sabe nada,

pero hay quienes nacen nadando

como si no supieran que abandonaron

el líquido amniótico, o que él los

abandonó.


No fracases en el segundo intento,

es mejor ahorrarlo: los instintos

fracasados se acumulan como inútiles

consignas.


Conserva tus cocardas para cuando

te encuentres lejos, y no puedas

percibir las medidas de las cosas

que te reflejaban en el agua, ni la

dudosa consistencia de esas aguas

mal nadadas.


No te anonades, nadie nació sabiendo

nada: si te abandonas, el cuerpo flota

por sí mismo. El instinto sabe más

que la conciencia del aprendiz.


Nadar solo es algo agotador

hasta para el más avezado nadador:

La conciencia siempre es aprendiz.


Nadie nada solo demasiado lejos,

aunque nadie nada lejos demasiado solo.


Tomo mi catalejo y observo

al nadador, perdiéndose a lo lejos:


Ahora es tragado por el horizonte. 


domingo, 8 de septiembre de 2024

Los límites del buen gusto

 

(Elpidio Lamela)

 

Hay que tener buen gusto,

oímos repetir a quienes se jactan

de poeseerlo: algo que nunca es

verificable.


Hay que tener buen gusto,

pero desarrollarlo demasiado

no es aconsejable; lo sé por

experiencia:


Había adquirido una sensibilidad

inusual y peligrosa, que me hacía

rechazar todo lo sospechable de

mal gusto.


Mi buen gusto era prodigioso,

tanto que casi no era reconocido;

se hacía dificultoso poder compartirlo:

no encontraba con quién.


Con humildad, tuve que aceptar

que nadie estaba a mi altura, y acaso

me había excedido en el desarrollo

del buen gusto.


En consecuencia, me encontraba

bastante solo. Comprendí que los

excesos nunca son de buen gusto.


Si bien es una condición subjetiva

la soledad, el gusto es inseparable

de todas las actividades que nos permiten

entablar relación con otros, e incluso de

las relaciones que elegimos entablar.


Era evidente que la soledad y el buen

gusto, ambas condiciones subjetivas,

estaban directamente asociadas.


Al final, me dieron ganas de arrojar

todo por la borda, sin perder el estilo

propio de mi buen gusto, prescindir

del adjetivo bueno y volver a la

normalidad.


Costó, pero no me arrepiento.

Ahora disfruto de este gusto dudoso,

como cualquier hijo de vecino, no

exento de algún reconocimiento.


Y gozo sin prejuicios de la mediocridad

que me rodea, que no es muy distinta

de la mía.


Del pasado, sólo conservo la humildad.

Perderla sería de mal gusto.


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