viernes, 9 de febrero de 2024

Contribuciones para una teoría del beso

 

(Elpidio Lamela)

 

-Hace algún tiempo, usted era conocido como

el besuqueiro, alguien que desparramaba besos

a granel sin mirar a quien. ¿Qué recogió de esa

experiencia?


-No mucho, nada útil en realidad, yo no sabía

besar. Lo hacía como un juego, un pasatiempo

sin mucho sentido que me hizo cobrar alguna

fama. Pero no me confunda.


-¿A qué se refiere?


-El más conocido es otro: Un portugués que vivía

en Brasil y se hizo famoso por besar famosos, un

cholulo que besaba mejillas. Lo mío era otra cosa,

yo besaba en serio y hasta las últimas consecuencias.

No buscaba fama: No se me hubiera ocurrido besar

a Frank Sinatra, ni a Palito Ortega, aunque soy

tucumano…


-¿Y qué lo impulsaba?


-Yo besaba con sentimiento, aunque a veces sin

autorización, lo cual me trajo algunos problemas.

Besaba por amor, amor al conocimiento: Se sabe

poco del beso, aunque todos besamos o lo hemos

hecho, o aspiramos a repetirlo con mejores

resultados.


-¿Averiguó algo?


-Sí: Cada cual besa como puede.


-Digo si averiguó algo útil.


-No sé si es útil, pero en un beso se transfieren

ochenta millones de bacterias. Con alguna suerte,

se pueden obtener bacterias protectoras que

previenen las caries: Casi un 20% de besantes

goza de este recurso natural; no es mucho, hay que

tener suerte, o la información precisa sobre la flora

oral de quién besemos. Luego, un beso apasionado

o verdadero activa 34 músculos faciales, algunos de

los cuales sirven sólo para eso, y se atrofiarían sin

el uso del beso.


-Bueno, algo aprendió…


-Sí, pero no de la práctica directa, eso es otra cosa.


-¿Se arrepiente de haber besado tanto?


-No, ¿de qué serviría? ¿Quién se arrepiente de

sus besos?


-Bueno, hay casos…


-No, en mi caso no hay nada para arrepentirse.

Un beso no significa mucho.


-¿Y por qué dejó de hacerlo?


-A veces sentía que no era correspondido o era

mal interpretado.


-¿Eso lo desanimó?


-No, pero aprendí que no sabía besar, improvisaba.

Ahora beso mucho mejor.


-¿Estuvo practicando?


-No, no es necesario: No todo se aprende con la

práctica; eso es un mito.


-¿Y cómo sabe que mejoró?


-No puede ser de otro modo, yo mejoré como

individuo; es natural que ahora haga todo mejor

y se eleve la calidad de mis emisiones y mis

emociones. El tiempo todo lo mejora ¿O no?


-No sé, tengo mis dudas…


-Vea, nomás, cuánto personaje público con

pasado más que dudoso, llega a su funeral y

recibe loas y alabanzas de todo el mundo…

No sé si fue el tiempo. o la muerte lo que lo

mejoró. Pero la muerte es una cuestión de

tiempo.


-Bueno, son formalismos, protocolos: Ante lo

inexorable de la muerte nos inclinamos a

perdonarlo todo, y rescatar lo bueno…

Pero el beso es otra cosa.


-Sí, claro. Hay que saber besar. Yo no sabía

y besaba mal. Pensaba que un beso no se le

niega a nadie, como el saludo; era positivo

y no negaba nada, no temía al rechazo ni al

ridículo. Besaba por besar, sin saber.


-¿Qué es lo que hay que saber, ahora que lo

sabe?


-No, no sé, cada persona es única y yo soy

una persona humilde; no podría hacer pedagogía

con el beso, que es algo propio de cada uno.

Lo primero que hay que saber, es ser selectivo:

No podemos besar a todo el mundo por igual.

No somos iguales, y tampoco nuestros besos:

Podemos sumar besos, pero no repetirlos.


-¿No podemos dar dos besos iguales a la misma

persona?


-No, nunca serán iguales, como tampoco nosotros.

Hay que saber besar, y saber a quién se besa.

Debemos ser selectivos, no olvide que somos

producto de la selección natural…


-Entiendo que ahora, entonces, restringe sus besos.


-Bueno, en verdad me he vuelo muy selectivo.

Hace mucho que no beso, no besaría sin fundamento

y dudo que encontrara alguien que supiera besar

como yo.

 

 


 



jueves, 8 de febrero de 2024

Dame fuego

 

(Serafín Cuesta)

 

La conquista del fuego

fue capital para la evolución humana:


Con él aprendimos a cocer la carne

de cualquier animal e incorporarla

a nuestra modesta dieta de primate.


Sumada a nuestros recursos naturales,

la proteína de la carne nos liberó

de masticaciones fatigosas, incrementó el

tiempo libre para emprender otras actividades

y aumentó en forma prodigiosa el volumen

de nuestra masa encefálica.


Comer carne ajena cruda, resultaba tan

engorroso como impracticable.


Sin la carne, es decir el fuego, nuestra

envidiable evolución no hubiera tenido lugar.



II

Algunos pensadores actuales sostienen que

nuestra evolución se detuvo, no sabemos

bien cuándo ni por qué.


Pero seguimos reconociendo nuestra deuda

con el fuego, al calor del cual aprendimos

a producir conocimiento y desarrollarlo

en todos los sentidos.


En una relación dialéctica, el propio

conocimiento desarrolló esta inteligencia

tan distinta de otras, que nos mantiene

a la vanguardia del mundo sensible.


Podemos controlar una parte de la naturaleza

y ponerla a nuestro servicio, para obtener 

mayor utilidad.


Al calor del fuego, que nos iluminó

aprendimos todo lo que sabemos, y

algo de lo que somos.



III

Durante mucho tiempo, el fuego fue

un misterio para el hombre, que lo observaba

extasiado y temeroso.


Pero su conquista hizo posible que se encadenaran

todas las conquistas posteriores, que nos llevaron

a conquistar el mundo, y conocerlo, casi tanto

como al fuego, fuente de toda razón

y conocimiento.


Producir fuego, hoy es cosa de niños,

como las balas de fogueo y los fuegos

de artificio.


Una vez encendida la llama del conocimiento,

nunca se extingue y siempre nos alumbra.


Sabemos que todo lo que es, es combustión,

como nosotros y el mismo fuego.


Y conocemos lo esencial:

Como nosotros, el fuego se divide;


Hay fuego amigo y enemigo.



martes, 6 de febrero de 2024

Entre los yuyos

 

(Serafín Cuesta)

 

Yo ya no huyo entre los yuyos,

los yuyos siempre estuvieron

entre nosotros y han sabido

conservar su lugar.


¿Qué sabemos de yuyos y otras

yerbas?


Tienen distintas propiedades. Los

hay buenos, malos, sospechosos e

indiferentes: Casi como nosotros.


Hay yuyos para prevenir enfermedades,

revertirlas, subir o bajar la presión de

la sangre, y para estimular cualquier

función que lo merezca.


¿Tenemos los yuyos que merecemos?


Esa te la debo, pero existen yuyos para

estimular la imaginación más pobre o

humilde.


Los yuyos expresan una humildad contra

la que no puede competir ningún otro

cultivo, voluntario o espontaneo:


Ellos no aspiran a ser más de lo que son,

se dejan pisotear con humildad, y

ni siquiera saben que son yuyos,

es decir maleza.

 

¿Vos sabés?


lunes, 5 de febrero de 2024

Elongación y altura

 

(Encarnación Segura)

 

El hombre elonga.

El hongo no elonga

ni se asombra.


Dios observa a sus hongos

y a los hombres enlongando

y aprueba con beneplácito.


Él fue el primero que elongó,

todavía elonga  (una elongación

divina es infinita para nosotros,

sujetos al tiempo de los hongos)


Él nos hizo elongables

a imagen semejanza, a diferencia

del hongo que no elonga ni desea

aprender: no tiene sed de

conocimiento.


El hongo tiene pocas necesidades

por su condición de criatura elemental

que Dios dispuso:


Sin conocer mayor necesidad, no se fatiga

ni se excita; no tiene tensiones que aliviar,

no se contractura ni se estresa.


No necesita elongar para gozar su humilde

condición y reproducirse, que es lo único

que sabe hacer un hongo genérico, a

diferencia de nosotros.


Los hongos son muchos e incontables,

sólo conocemos algunos que sirven para

cultivar y consumir, lo que nos resulta

suficiente para el desarrollo de las actividades

normales, como elongar y comprar hongos.


La Creación Divina es perfecta, con toda

su diversidad de formas de vida coexistiendo

en armonía y sabiendo depender unas de otras.


Algunas, aún nos son desconocidas, pero

tenemos tiempo para conocerlo todo

y disponer, según la necesidad.


Y tenemos la certeza de que sólo nosotros

estamos hechos a imagen semejanza:

Es natural que tendamos a la perfección.


Todavía falta, pero la tensión crece y

se acumula: Hay que elongar, la elongación

prolonga la vida útil de nuestras aspiraciones

superiores.


Elongar el humano, aunque hay animales que

nos superan en eso, como el gato, que nos

enrostra su pasado divino con altivez.


El hongo no elonga, es ajeno como un ángel

sin desarrollar e indiferente al movimiento.


Dios contempla sus hongos y observa

el desarrollo de nuestras elongaciones:

 

Él nos aprueba desde lo alto

de su elongación divina, tan feliz 

y eterna como siempre.

 

Sus tiempos siempre fueron otros:

Ante sus ojos celestiales y divinos

somos tan fungibles como sus hongos.





domingo, 4 de febrero de 2024

Salvemos las trampas

 

(Carlos Inquilino)

 

La salvedad partió sin deshacerse.

Son así, no te dejes impresionar

por las cosas de la realidad,

me ordené al repetirme.


Hecha la salvedad,

todo lo que hagamos es inútil;

la partida es parte del juego.


De los juegos, compartimos una

parte: Esto es la realidad, con sus

lados asibles e inasibles.  

No busques simetrías.


Todo lo que hacemos tiene dos

destinos posibles: deshacerse

o continuar, fuera del alcance de

los hábitos comunes que nadie

compartiría si no fuera por la

memoria.


Las memorias de tránsito lento,

demoran en encontrar su presa

aunque saben que está ahí, junto

a las trampas conocidas y tal vez

deseadas o deseables.


Las impresiones son diversas y

exclusivas: una propiedad que no

se comparte pero alimenta el sentido

de propiedad que nos hace producir,

reproducir y emitir desechos.


Siempre hay otros que recuperan algo,

una parte de nuestros desechos.

El resto continua, fuera del alcance:

Es todo lo que podemos hacer, sin

exepción.


Hecha la salvedad, la ví no deshacerse

y partió sin que la eche.


viernes, 2 de febrero de 2024

Como mirar el agua

 

(Serafín Cuesta)

 

Un ojo de agua

se interpuso en mi camino,

me miraba.


Le devolví la mirada: Sentí

que mi miraba mal. No sabía

por qué, ni quise saberlo.


Parpadeaba, yo también:

en eso éramos pares,

aunque su único ojo era impar.


Es posible que tuviera sus motivos

para mirarme así, siempre hay

motivos más profundos que uno

ni sospecha.


El agua tiene sus misterios, como

otras miradas de otros ojos, sean

de agua u otros elementos derivados.


No iba a cuestionar esa mirada líquida,

no soy de sumergirme mucho en esas

profundidades, cuando pienso.


Somos más agua que otra cosa: igual

que la mayoría de los animales que

miran el agua, estamos compuestos

mayormente de agua.


Y tenemos sed:


Nuestra sed empezó cuando abandonamos

el agua, y con ella, la sed de aventura, la

sed de conquista y la sed de venganza,

entre otras sedes en desarrollo.


No descartamos nada, nuestros deseos

no son fáciles de satisfacer y la conquista

no acabó. Podría no acabar nunca.


Pero no, nadie supo mirar el agua

como nosotros.

 

***

 

("Nuestra sed empezó cuando salimos del agua" 

Tomado de "La Sed" de Virginia Mendoza, Valdepeñas,

España, 1987, Antropóloga)


Propiedades naturales del conocimiento

 

(Nicasio Uranio)

 

Hay telarañas que resisten casi todo.

No parece haber otro material,

natural o artificial que pueda competir

con las propiedades de la tela de araña:


Resistencia, flexibilidad, perdurabilidad…


Se están estudiando en laboratorio las

estructuras moleculares de este material

con el objeto de replicarlas y aprovechar

sus beneficios en nuestras industrias.


La ciencia humana no deja de sorprender

con sus avances, descubriendo nuevos

recursos que podrían cambiar la vida:


Tanto la nuestra como la de la araña.

 

Las industrias del conocimiento tienen

un futuro seguro, tal vez más que el nuestro.



Las telarañas estuvieron siempre, sólo

que no les prestábamos la merecida atención:

Hay tanto bicho que camina mientras estamos

ocupados tejiendo el porvenir que merecemos.


A las arañas las conocíamos bastante; algunas

son peligrosas y conviene guardar distancia.

A las telarañas las veíamos como parte del

paisaje, sin reparar ni profundizar la mirada

en un sentido útil.


Hay telarañas que resisten casi todo.

Pueden, incluso, sobrevivir a su autor.

 

Sus descendientes podrían reclamar sus

derechos, pero por lo general son sólo

octópodos.


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