(Carlos Inquilino)
Las hormigas viven
el presente,
tienen una línea de
conducta;
trazan surcos en el
jardín que
describen el
trayecto que puede
conducir al
hormiguero, que es su casa
y está dentro de la
nuestra (aunque
podría ser lo
contrario: el mundo como
un gran hormiguero
que estamos invadiendo.
Parece más
verosímil, son mucho más antiguas
y todo indica que
nos sobrevivirán: estamos
de paso, somos un
mal pasajero, en ambos
sentidos)
Criaturas pequeñas
y laboriosas, confían
en el número; la
cantidad es poder:
Podemos destruir el
hormiguero pero no
acabar con las
hormigas.
Sólo si hacemos a
tiempo para discontinuar
el reino vegetal,
desterraremos a las hormigas.
Mientras tanto,
seguirán reproduciéndose
como lo hicieron
siempre, copulando y
desovando:
obedeciendo el mandato genético.
De las hormigas
proviene el ácido fórmico
(formica es hormiga
en latín) que es lo que
produce ardor cuando
nos pican.
No suelen andar
solas, forman un río oscuro
y formiforme
(escribo desde mi mesa de fórmica)
Cuando las hormigas
fornican, producen ácido
fórnico, a
diferencia de nosotros que producimos
un ácido agridulce
de nombre fatigoso
pero sin
valor comercial, ni utilidad
residual.
residual.
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