(Amílcar Ámbanos)
Lo que ofrece el poema
no está en otra parte,
incluso, puede no estar
en otro poema.
El poema, un objeto cerrado
en sí mismo, es siempre abierto
a otras lecturas, percepciones
e interpretaciones.
Un buen intérprete,
puede encontrar más de lo que
el poema ofrece o parece
que ofrece, y hasta puede
encontrar otro poema
en todos los poemas.
Una oferta jugosa
se desliza al destilarlo
(el poema ignora su destino,
pero se ofrece a él: acaso no
tenga otra cosa que ofrecer)
Como un fruto que pende
y que se ofrece, sensible a
la mirada atenta del pasante
(que mide sus aristas y lo juzga,
sin conocerlo mucho) más que
a la desapasionada mirada del
turista.
El poema no se asimila
ni se aprende, expone lo que tiene
y lo que no: su cuerpo expuesto
es todo cuanto puede ofrecer.
Prende o no prende, como un brote
o un esqueje de hoja.
Una oferta jugosa puede derramarse
en el poema y chorrear o gotear
en lecturas sucesivas
(puede que produzca sentidos que
se reproduzcan)
¿Qué ofrece este poema?
Nada, sólo el juego
de sus fluídos íntimos, escuetos
y diversos entre sí, que pueden
estar en todas partes o en ninguna.
Una oferta jugosa
de metáforas y jugos astringentes,
disolventes, vacilantes
que nutren la ilusión de cualquier
cuerpo derramado.
El poema no sabe qué ofrecer,
ni sabe lo que ofrece, pero se ofrece
sin medida a quienes quieran
abrevar en sus juegos íntimos,
sabiendo que será soslayado
ante una oferta más jugosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario