(Epifanio Weber)
No solía citarme sin necesidad.
Pero la necesidad tiene cara de
hereje, y los herejes hijos
que olvidan los mandatos.
Ahora escribo de memoria,
ella sabe administrar los recursos y
vicios propios de cualquier iniciado
que se precie.
Recuerdo, uno de los mejores
poemas apócrifos de Borges
que leí: “Usted preguntará por
qué citamos”, ensayaba una cerrada
defensa de la cita, y de la cita
apócrifa en particular, que me
hizo reflexionar y revalorar a Borges.
El frecuentaba la cita, hay profusos
estudios al respecto y, al parecer, la
mayor parte de esas citas inverificables
no era apócrifa.
No sé si eso le agrega valor
o se lo resta, aunque me inclinaría
por lo último.
Citar es fácil, ni siquiera hace falta
haber leído mucho. Yo lo hago con
frecuencia, si haber leído casi nada,
y suelo repetir algunas sin ninguna
culpa (En algún caso, puedo no
conocer del autor más que esa cita.
¿No es suficiente?)
Pero hay quienes cuestionan, o rechazan
este recurso, y lo perciben, en Borges,
como una ostentación de erudición, un
exceso: Está bien saber, pero no así hacer
ostentación de lo que se sabe; quien sabe
demasiado, debiera procurar ocultarlo.
Yo no creo tal cosa, por el contrario, es
destacable que cuando Borges habla o
expone lo hace siempre en un tono
sospechosamente humilde.
Más allá de esa humildad, auténtica o
no, él sabía que no escribía para todos,
algo tan improbable como impracticable,
ni para el gran público, ni para un lugar
o una época acotados.
El escribía para la posteridad, y hay que
ser muy humilde para eso.
Usted preguntará por que citar…
La profusión de citas diversas, no sólo
refleja la posesión de una cultura universal,
sino que permiten al autor entablar un
diálogo con otros tiempos, épocas y lugares
remotos de la cultura; de modo que esos sujetos
tan lejanos, misteriosos, que casi nadie conoce,
al ser citados elevan al citante a una categoría
distinta entre los sujetos: uno que nos excede
a todos, un sujeto inasible y superior, que
contiene a todos los sujetos que tejieron la
cultura, pensaron todo lo pensable, emitieron
juicios, poemas, tratados filosóficos, volúmenes
que dieron forma y volumen a la Historia de la
civilización.
Sí, citar puede ser excitante, hay material
suficiente como para crear otros mundos,
tan reales o ilusorios como éste.
Pero no es tarea fácil, hay que tener recursos
y saber usarlos. Dime a quienes citas y te
diré…
Hay que saber calibrar, para que el peso de la
cita no opaque el texto propio.
Una cita, debe ser competente, saber confrontar
con otras en un mismo tejido: Las buenas, se
imponen y hegemonizan (es preferible, muchas
veces, una cita dudosa)
Hay que saber, también, que la cita es una forma
de reconocimiento: Citar es confesar “Este señor
pensó algo que yo pienso, pero lo expresó mejor
de lo que yo podría hacerlo”
Al cabo, todos escribimos para ser citados, dijo
alguno de los tantos que se ocuparon del tema
y ahora no me es dado recordar, aunque sí citar.
Pero pocos lo consiguen, en fin. Es más común
citar que ser citado.
Citarse a sí mismo resolvería la cuestión:
Nadie me cita, y bueno.., puedo hacerlo
yo. Pero no es una opción que goce de
valoración en el mundo literario.
Pero hay un atajo: desandando todo lo
enunciado volvemos al punto de partida,
¿el grado cero de la cita?
Sí, la cita apócrifa es la opción superadora
que lo resuelve todo. No sólo es un recurso
poético, sino tal vez el más interesante como
acto creativo:
El ejercicio de desplazarse en el tiempo y el
espacio, elegir la procedencia y dar vida a
ese autor imaginario, que sólo el creador
sabrá que lo es.
¿Quién más podría detectarlo?
¿Cuántos personajes que nadie conoce y
pudieran haber emitido algo interesante,
o, al menos, citable?
¿Quién conoce todo lo que existe?
¿Qué es un engaño?
¿Qué es el arte?
No nos engañemos, muchas de las citas
que circulan y frecuentamos, son atribuídas
a autores reconocidos, que posiblemente las
tomaron de otros menos conocidos.
Por el contrario, las apócrifas son creaciones
auténticas, genuinas y honestas. No le deben
nada a nadie, o en todo caso su deuda es con
un autor apócrifo, o sea: una falsa deuda.
Por último, el que inventa su propia cita
no parasita.
Creo en la creación apócrifa
como el punto más alto
de la creación humana,
y también el más democrático:
Ya lo dijo Demócrito, citando
a Hermes Trismegisto:
“Todos podemos citar y ser citados,
frecuentar toda cita y cultivar
la cita apócrifa, aunque no todos
somos capaces”