(Senecio Loserman)
El placebo sacramental,
no es título feliz para un poema.
Pero el poema no busca consensos:
Prefiere la dificultad de lo falaz
a la facilidad de lo feliz.
La felicidad está en otra parte.
Como adjetivo, feliz resulta al menos
sospechoso: la felicidad es un estado
asociado al placer, y todos los placeres
son efímeros.
Aunque puede haber resoluciones
felices, dentro y fuera del poema.
Y más allá -o más acá-
está el discurso del placebo.
¿Cómo?
El placebo, por vía oral u otras,
no agrega nada al cuerpo que lo
incorpora, pero puede producir
efectos positivos:
La sugestión, la ilusión, generan las
condiciones para que el cuerpo
recupere su buena forma.
El discurso como placebo, no aporta
nada significativo ni resuelve el
conflicto ontológico, pero una cadena
de significantes convenientemente
tramitada, crea la ilusión de que se
está en el camino correcto, si hubiera
tal cosa.
Es importante el uso de ciertas palabras
que imponen respeto y generan empatía:
consenso, sustentable, crecimiento y
todo lo que parezca propender a la
ilusión falaz del bien común.
¿Sabías que se puede enhebrar y mantener
un discurso efectivo, consistente y sustentable
y a la vez, vacío?
Sí, se puede.
¿Sabías que el lenguaje es un recurso
retórico, y como tal puede servir a cualquier
tipo de intereses?
¿Y que la forma puede tener más valor
que el contenido?
El placebo, neutro en cuanto contenido,
tiene la forma de un medicamento.
El lenguaje, puede adoptar distintas
formas, pero nunca es neutral:
Siempre nos quiere vender algo.
Salvo el poema, que a lo sumo
se venderá a sí mismo
como ofrenda sacramental.
Bueno o malo, puede encontrar
algún interesado, un comprador
que buscaba otra cosa
y se encontró con él en forma
azarosa.
El poema puede ser también
puro placebo, para ser sincero
nadie busca sinceridad en un poema.
Ni felicidad, que si la hay
está en otra parte (me informa el placebo)
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