(Epifanio Weber)
La contraprueba está servida.
No hay mucho para probar:
éste es un servicio limitado,
pero se puede observar, dentro
de ciertos límites, e imitar y emitir
a voluntad.
Sólo dios sabe lo que hace.
No pesca, no suele agradecer su pan
ni arrepentirse ante ningún
pescador autóctono o pecador nativo.
Entre lo posible y lo probable
hay un río.
Dios existe: No necesita autenticarse.
No se puede probar su inexistencia
como tampoco su existencia.
Un sujeto posible e improbable,
como tantos. Su única condición
de existencia es la conciencia del
creyente, y la conciencia divina
es superior a todas: se cree.
El Creó a creyentes y no creyentes.
Las condiciones de posibilidad de
la conciencia son amplias:
cualquier sujeto pensable o nombrable
es también posible.
La realidad no es posible
sin conciencia, aunque es una condición
externa al sujeto, salvo para Dios, que es
sólo conciencia, de infinita pureza.
Entre lo posible y lo probable
hay un río.
Afuera es noche, verificó dios y ordenó:
¡Hágase la luz! -la conciencia es orden-
y así se hizo (hecha la luz, verificó que
era bueno, como todo lo que El hace, y
habilitó los medidores: la generación de
conciencia tiene un costo)
II
El sabe lo que hace, sólo El lo sabe.
El hizo que todo sea posible, hasta los
asideros menos verosímiles. Así hizo
todo lo que es, sin ayuda, sin consenso
y sin mano de obra ajena, a pura conciencia.
Ahora está asando un cordero
que antes no existía, sólo para complacer
a su rebaño.
Entre lo posible y lo probable
hay un río.
Todos los ríos desembocan
en algo distinto de sí:
como los poemas, ignoran su destino
y pueden acabar en cualquier parte,
según la voluntad divina
que siempre es ajena.
Entre lo posible y lo probable
hay un río.
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