(Tomás Mercante)
El vicio no se le niega a nadie:
todos podemos emprender alguno,
hay suficiente disponibilidad para
abastecer a todo el mundo sensible.
Hay más vicios que virtudes
circulando, pero el vicio no descansa,
nunca se satisface. La producción de
nuevos vicios mantiene un ritmo sostenido.
(El vicio es soberano, una vez incorporado
el ritmo se autogestiona)
Cualquier hábito puede evolucionar
en vicio, pero mientras aquel puede
mutar o ser discontinuado, el vicio
no nos abandona, como fiel compañero.
En el inicio, el practicante puede no tener
noción al enviciarse, de todo lo que el vicio
significa, por no hablar de adicción, y
entablar un vínculo positivo con su vicio:
Toda noción tiene un costado nocivo.
Dentro del orden simbólico, el discurso
viciado ocupa un lugar no menor en la
comunicación -incluso en los discursos
oficiales- y en la producción de sentido.
Algunos aventuran que se emite más
por vicio que por necesidad, aunque es
sabido que para el iniciado, su vicio es
lo único necesario.
¿Es necesario hacer notar la utilidad del vicio?
El vicio, es uno de los rasgos más humanos.
Ante El, somos todos iguales.
La libre circulación de vicios y virtudes
es componente esencial de nuestra condición
evolutiva.
El vicio cumple un servicio:
Cualquier hábito puede evolucionar en vicio.
(Todo buen poema, tiene una deuda histórica
y hasta epistémica con el vicio: los poetas
más reconocidos, reconocen que sus mejores
obras no serían tales sin la colaboración del
vicio. Otros, con aspiraciones más humildes,
sólo escriben para despuntar el vicio, como
este servidor)
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