(Serafín Cuesta)
Mis antepasados vinieron del mar,
sin saber nadar.
Tal vez, todos venimos del mar
y todo el mundo vino del mar,
se puede especular. No sabemos.
¿Vinieron a sumar?
¿O sólo a amar y consumar?
¿Vinieron a diezmar para sumar
y conquistar un buen número?
Lo cierto es que los trajo el mar:
¿Qué sabemos del mar?
No mucho: Que es menos inestable
que nosotros, que es un recurso natural
y es probable que lo siga siendo después
de nosotros y nuestro paso discreto,
de una orilla a otra.
Está siempre en movimiento, el mar
y suele traer todo tipo de cosas, así
como cadáveres desconocidos.
Gracias al mar, conocemos el movimiento
vivo, que consiste en un vaivén más o menos
binario como nosotros antes de evolucionar.
Sabemos que es fluctuante; puede presentarse
bueno, dudoso o peligroso, pero respetando
las señales podemos bañarnos indefinidamente
en el mismo mar.
Agitado o sereno, calmo o encrespado,
siempre estuvo ahí y todo hace pensar
que su volumen no va a mermar.
El mar, fuente de vida y misterio, cobija
en sus profundidades seres extrañísimos,
que vamos conociendo gracias a la tecnología
disponible.
Sabemos, sobre todo, que está lleno de peces
y que todos nos pertenecen.
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