(Tomás Lovano)
El optimismo es casi una condición rítmica.
Los optimistas, es sabido, no suelen tener
dificultad en adoptar un ritmo y mantenerlo.
Aceptan sus condiciones y se adaptan, gozan
de su capacidad de adaptación y saben disfrutar
del goce de la repetición:
es lo que hay, se repiten aceptando.
Es difícil que un optimista no entre en ritmo,
y es difícil perder el optimismo dentro de él.
Sólo gozamos de funciones rítmicas
y el optimismo es natural al goce
(con excepción del goce de la crítica)
A lo largo de la vida, vemos pasar
los ritmos que perdemos; una sucesión
encadenada, secuencias que nos unen
al pasado.
El optimista no lo lamenta ni se detiene:
Hay que mirar para adelante, si uno se
detiene lo pasan por arriba.
Es mejor seguir el ritmo en curso
y arribar a nuevas repeticiones:
Hay un goce esperándonos.
Si uno se detiene, podría observar
el movimiento vivo de los ritmos
perdidos, y volver al pasado, como
simple observador.
¿Qué optimista quisiera volver al pasado?
Hay cosas que nadie quiere repetir, es
ocioso: el goce está adelante, ahí nomás,
en el futuro de este ritmo.
El observador imaginario, desde afuera
de lo que circula, ve pasar los ritmos
que perdió con disciplinada displicencia
y descubre que están sujetos a otro ritmo,
más seguro y confiable, como para que
nadie quede afuera:
Es difícil perder el ritmo de la muerte.
(El ritmo es tracción, no te distraigas.
Que no te traicione el optimismo)
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