martes, 26 de agosto de 2025

Confesiones de un hijo de Dios no reconocido

 

(Encarnación Segura)

 

Cuando Dios vino a este mundo

nadie lo estaba esperando.


No le importó, no lo afectó,

ni siquiera lo incomodó.


La Naturaleza Divina lo había

provisto de anticuerpos


para resistir y sobreponerse a

los juicios y emociones humanas,

mayormente injustos y arbitrarios.


Si no fuera el que soy,

y no me supiera superior

no me quedaría un minuto aquí:


La carne huele mal, incluso antes

de descomponerse, y a esta manada

de pecadores no los mueve el amor,

sino el instinto y las bajas pasiones.


En realidad, ninguno me merece;

son sucios, desagradables y violentos.


De buen grado los dejaría que se pudran

en su propia inmundicia, que se ahorquen

en sus lazos de sangre y se coman entre sí.


Ni siquiera me dan pena, como otros

animales. No movería un dedo por ellos

y los dejaría librados a su suerte.


Pero no quiero tener remordimientos,

y mal que me pese, son parte de la Creación

y también me pertenecen.


La condición Divina, aunque es perfecta,

admite algún error no forzado.

 

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