(Isnaldo Montalbán)
El dulce lamentar de dos
pastores, juntamente.
Una plática morosa
entre ovejas y corderos
que pacían indiferentes:
Tal vez, no entendían lo que oían,
o, lisamente, no les interesaba
(hay ovejas, corderos y hasta
rebaños enteros que prefieren
permanecer ajenos al discurso
humano)
Pero los pastores hacían caso
omiso al desdén del ganado,
y no se lamentaban, sino que
recordando viejos amores y
aventuras, discurrían en un tono
que ganaba intensidad.
Tanto fue así, que al evocar un hecho
banal, surgieron diferencias, subió
el tono y el bucólico diálogo entre
buenos pastores tornó en discusión.
Ambos rebaños permanecían neutrales
mientras la tensión crecía, y sabido es
cómo terminan las discusiones humanas
cuando no hay árbitro o tercero que
interceda.
La paz entre los hombres, no suele
durar mucho, no es algo natural.
Afloraron viejos rencores y, como
era de esperar pasaron de las palabras
a los hechos, que para eso están.
Estaban solos, y nadie podía detener
esa violencia desatada. El hombre
es criatura violenta, y no sabe estar
solo: Necesita confrontar.
Los rebaños prefirieron no intervenir,
o ni se lo plantearon. Ellos son ajenos
a la violencia que emitimos los humanos,
no entienden que es la partera de la historia.
La disputa es natural al hombre, y las peleas
entre pastores pueden ser terribles. Pero, por
suerte, no hubo que lamentar víctimas:
Después de esa descarga necesaria de violencia,
todo volvió a la normalidad y se sintieron bien,
unidos como siempre, aceptando su condición
pastoril en franca camaradería.
Y retomaron sus lamentos conocidos, tan dulces
como siempre, ante la indiferencia ovina
y divina.

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