(Aquino Lamas)
Supe pecar en tiempo y forma,
pecaba en el placard, en el vestíbulo,
en el living con todos los gerundios,
en la mesa, en el juego, en el amor.
Antes de conocer el cuerpo del pecado
el verbo ya encarnaba en distintos objetos
incorporando las distintas formas del
pretérito
imperfecto rozando lo impecable.
El pecado perfecto existe, pero pasa
desapercibido; es un arte.
Alcanzar la perfección en el arte
no es tarea fácil, ni humana: Humano
es intentarlo, nada se pierde, y todo lo
destinado a perderse lo hará de todos
modos.
Hay muchos modos de pecar, sin tocar
nada. ¿Cuántos pecados conocemos?
¿Son los que necesitamos?
Si descontamos a los que pecan por necesidad
la cifra disminuye en forma sensible.
¿Somos sensibles a todo lo pecable?
Hay quienes huyen ante la tentación del
pecado, a la espera de otra oportunidad.
Son conscientes de lo que puede evitarse,
en forma parcial: toda conciencia es parcial.
El pecado nace con la conciencia, es su
condición necesaria, el resto es azaroso.
El que peca de inconsciente, tiene el perdón
asegurado.
No es mucho lo que tenemos asegurado, la
única certeza es la muerte: ya lo averiguamos.
Mientras tanto, cultivamos el arte de pecar:
el pecado es un registro del pasado que circula,
siempre se renueva y no se agota.
Podemos reincidir, es sólo un verbo.
“El cuerpo del verbo encarnaba en paz
entre los peces carnívoros y los cantos
de la carne”
He pecado poco, me he cansado mucho,
y todavía puedo evocar lo ya pecado.
No es poco, la repetición es sólo un vicio
retórico.
Hoy tengo un pecado nuevo
que podría compartir, pero no.
No hay nada nuevo bajo el sol,
según las Sagradas Escrituras.