(Horacio Ruminal)
En un principio, el animal humano
no sabía nada de sexo, ni de género,
sólo obedecía su instinto, como
cualquier animal inferior.
No conocía el amor, en ninguna de
sus presentaciones y prestaciones.
La evolución dio lugar a la división
multiplicando las opciones electivas
y liberándolo de los mandatos
biológicos, siempre arbitrarios.
Hoy sabemos que todo es divisible
y visibilizamos un horizonte pleno
de oportunidades para profundizar
nuestras divisiones.
La reproducción sexual, cuya esencia
es la división del trabajo, expresa una
ventaja evolutiva ante aquellos que
sólo se reproducen por división.
La división, recurso evolutivo por
antonomasia, nos hace libres: A ella
le debemos casi todo lo que somos.
Hoy sabemos que podemos gozar
con el sexo opuesto, y con todos
los otros: Lo que en verdad importa
es el género, que se subdivide como
Dios manda.
Todo género es divisible por Dios
y su santa unidad.
II
Somos completamente divisibles, y
nadie tiene por que ser esclavo del
sexo biológico, del género elegido,
ni de su autopercepción:
Todo puede cambiar, entendimos
que todas nuestras inclinaciones son
temporales, provisorias, efímeras
y cualquier alteración enriquece el tejido
ontológico y estimula la movilidad social.
Me inclino a creer.
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