(Aquino Lamas)
Más vale una babosa en la mano
que cientos de babosos preguntando
por el sentido de la metáfora.
No hay muchas metáforas de babosas
ni con baba, pero es constitutiva de todas.
¿No es una buena metáfora?
Las autoridades del ente calificador
de metáforas tendrán la última palabra
(aunque han de estar ocupadas en
clasificar las distintas babas)
Yo nunca tuve la última palabra, espero
conocerla antes de que sea tarde y todo
se diluya.
II
Una babosa en la mano produce sensaciones
encontradas: son frías, húmedas, elásticas y
suelen adherirse a cualquier cosa o sujeto sin
dificultad. No difieren mucho de nosotros
ni del prójimo.
No conviene profundizar mucho en este fluído
vital. Un mar de baba puede precipitar en algo
desconocido, o aún peor: Nadar en baba puede
ser más trabajoso que nadar en sangre, que ya
lo probamos con éxito.
Lo que hay que saber, es distinguir: baba propia
y ajena, baba viva o muerta y averiguar si es
apta para consumo humano.
III
El valor de la baba es fluctuante, pero siempre
suma. Si sumamos nuestras babas detrás de un
objetivo común, el futuro será brillante. El
problema es la falta del objetivo común, baba
hay de sobra.
Somos nuestras babas, reconocemos la deuda
histórica, epistemológica y ontológica con los
primeros emisores, aquellos que sentaron
precedentes: vivieron y besaron sus fluídos
primordiales dejando su legado, esas huellas
brillantes que reflejan nuestro líquido pasado
zigzagueante, como buenos significantes.
No nos ahoguemos en un vaso de baba,
honremos a aquellos precursores
que se arrastraron antes, impregnando
el mundo nuestro con su baba cargada
de futuro.
No es necesario santiguarse, ante la
presencia de una babosa. No busques
tu misal ni le ofrezcas salmuera
para abreviar sus penas y apurar su paso
a mejor vida: puede no haber otra, y ella
padece y goza como cualquier creyente.
Es inofensiva, a diferencia de nosotros
y morirá cuando deba, dejando tenues
huellas de baba como quien deja unos
poemas.
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