domingo, 4 de diciembre de 2022

Filosofía y pesca

 

(Dudamel Rambler)

 

Pescar no es pecado, como comer,

siempre que sea con moderación.


Debemos moderar nuestras necesidades.

La necesidad humana contempla algunos

pecados; aceptamos como pecados menores

a la mentira piadosa, a la piedad mentirosa

y ciertas acciones casi inevitables en que

solemos incurrir con mayor o menor asiduidad

y son consideradas materia negociable, como

la carne (que nos constituye, aunque no somos

sólo carne: también contamos con huesos, pelos,

uñas y dientes)


El pescado no tiene uñas, ni pelos, ni lengua,

ni miembros: no los necesita. Sólo escamas y

aletas. Pero tiene boca, como nosotros, y casi

todos comen carne.


El pez por la boca muere, y evoluciona en

pescado: un sustantivo común que es también

participio pasado: Si no fuera por el verbo,

el pez podría nadar como si nada, sin peligro

de pasar a alimentar metáforas.

 

 

II

El pescador puede pasar horas esperando:

No es para cualquiera, una vocación que incluye

la paciencia. Quien peca de impaciente, no suele

salir a pescar; prefiere otras vocaciones y pecados.


El verdadero pescador, el pescador nato, es un ser

contemplativo y reflexivo, casi un filósofo:


Elige su carnada (no puede elegir la presa)

y luego espera sin alterarse, espera lo necesario.

Confía en las debilidades de la carne, aún la blanca.


No tiene un blanco, como el cazador y disfruta esa

incertidumbre: el misterio que fluye bajo el agua,

donde todo comenzó.


El pez es libre en el agua, nada a pata ancha

sin respetar corrientes ni andariveles. El único

límite que conoce es el peligro que representan

sus predadores naturales: otros peces como él

(Es natural tener predadores naturales, nosotros

los perdimos en la carrera evolutiva, pero nos

asumimos predadores de todo lo natural: así lo

quiso Dios, o lo dispuso la evolución;  sólo 

obedecemos como buenos corderos)

 

 

III

El pez, dependerá del instinto y de su astucia

para eludirlos, evitarlos u ocultarse.

Fuera de eso, su libertad es casi absoluta,

piensa el librepescador. Al morder el anzuelo

aprenderá una lección: Siempre puede haber

alguien, ajeno a su percepción, dispuesto a

sacarlo de circulación y competencia con un

poco de carne muerta.


Una lección de vida, acaso inútil o tardía,

como casi todas. Piensa el filósofo en silencio,

antes de devolverlo al agua en condición

dudosa: La libertad nunca es completa.

 

 

IV

Pescar puede resultar placentero, o tedioso.

Depende del pescador.


Dios no pescaba, pero multiplicaba peces

que serían comidos por su rebaño.


El pescador nato, puede bañarse dos veces

en las mismas aguas donde pesca, aunque

el río no sea nunca el mismo.


El mar es otra cosa: no corre, sólo se mueve

en un vaivén que se repite.

Es siempre el mismo mar y el mismo movimiento.


El placer del pescador remeda al de Dios:

Disponer de vidas ajenas, de seres que no

conoce, y sin conocer el pecado.


Pero sólo el goce divino es perfecto,

el humano aún deja que desear.


Pescar no es pecado, como comer,

siempre que sea con moderación.


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