(Ricardo Mansoler)
La profundidad del alma
debería alcanzar para empozarse
y empollar el movimiento de la pena
que no se ahoga en ningún fluído
humano conocido.
Los fluídos vitales están condenados
de antemano. Poco puede hacer una mano
altamente organizada que escribe a la deriva
en lo indistinto.
La calidad de vida del fluído es indiferente
a la palabra que fluye con o sin motivo
y al alma que contiene un pozo
en plena evolución.
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