(Luis Espejo)
Dejé de dirigirme la palabra,
consensué
y acepté que era una buena
decisión, quizá la mejor, no sé:
no es fácil producir buenas
decisiones, evitar el error
no forzado y liderar con empatía
la producción de sentido propio.
No tenía mucho que decirme,
me estaba repitiendo,
y las palabras circulan
en cualquier dirección y suelen
adoptar sentidos sospechosos,
son ambiguas, sirven para todo
y nos pueden llevar a cualquier
parte: son emisiones engañosas
con su carga positiva y negativa
¿no?
El lenguaje es una trampa,
me repetí antes de retirarme
la palabra (mirá todo lo que
podés decir sin decir nada…)
La lengua nos divide
en todos los idiomas,
me dijo una amiga bilingüe.
Estamos formateados por
las cláusulas del lenguaje,
pelotudo: me dije apelando
al exabrupto con un sentido
positivo.
El sistema del lenguaje, como
todos, se basa en la repetición
y en el equívoco y en replicar
esta fórmula que nos reproduce,
infeliz.
Y en esos términos precisos
acordé el consenso necesario
para dejar de dirigirme la
palabra.
Toda palabra es
ambigua, imprecisa:
yo siempre fui un hombre de palabra,
de una sola palabra.
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