(Serafín Cuesta)
Es triste creer en algo que no existe.
Pero más triste debe ser no creer en
nada, creo.
Además ¿Quién puede asegurar
fehacientemente la no existencia
de aquello en que otros creen, o
creemos?
No creo en una autoridad creíble
que pueda afirmar ésto existe, y
aquello no.
¿Hasta qué punto deberíamos creer
en la autoridad?
¿No es suficiente con que algo exista
en una mente, una conciencia, para
que se habilite su existencia, al menos
como posible?
¿Quién posee tal autoridad como para
fiscalizar la fe del otro, y validar o no
el objeto de su fe?
Yo no sé si existe algo superior , ni me
creo con autoridad como para emitir un
juicio taxativo.
Es triste no creer en la autoridad.
Pero tal vez sea más triste creer en ella,
más aún que creer en algo que no existe.
No existen fundamentos verdaderos para
creer y cultivar la fe en lo que no existe,
o no hay certeza.
La autoridad existe, pero es mucho menos
confiable como objeto de fe que todo lo
que presumimos que no existe.
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