domingo, 22 de mayo de 2022

El primer cambio (el cambio original)

 

(Amílcar Ámbanos)

 

¡Hay que castrar al unigénito!

Dijo una voz popular.

No, con degollarlo es suficiente,

contemplaban otros.

Había más propuestas en el mismo

sentido, pero de distinta intensidad.


Algunas más condescendientes o

contemplativas:

¡Que se le desendiose!

Propuso un descendiente.


Otro sugirió: Hay que torturarlo hasta

que confiese y escupa toda la verdad.

¡Hay que acabar con las supercherías!

 

II

En ese clima, era difícil acordar y obtener

consensos.

Hubo otras mociones más extremas, que

es preferible no reproducir por cuestiones

éticas, estéticas y económicas (aunque

la conjunción de estos términos resulte

extraña)


Era previsible que el desenlace no podría

ser feliz para el acusado, sospechoso, o

acusado de sospechoso.


La animosidad, la crispación y la excesiva

carga emotiva, como es sabido, nunca

producen buenas decisiones.

 

III

Sólo Dios conoce el motivo de sus decisiones;

sólo El sabe lo que hace: Nosotros sólo

podemos obedecer, pero a la luz de los hechos

resulta claro que un pueblo que se sabe elegido,

difícilmente admita ni contemple su fracaso…


En tales condiciones, sólo cabía esperar un

milagro, aunque no había tiempo para milagros;

los ánimos estaban caldeados y el destino parecía

estar echado.

 

IV

Pero un dios, nunca está solo, aunque sea único

en su especie en todo el espacio sideral.

Si alguien podía hacer algo por El, ese era

el diablo. Y lo hizo:


Escaneó una réplica del cuerpo divino, para que

asumiera la condena inexorable.

Luego, supo aprovechar la confusión reinante

en el reino del Señor, y la sustitución pasó

casi desapercibida.


El cambio resultó, y salvó al Salvador

mientras todos juntos festejaban

el supuesto triunfo de la justicia.


El cambio funcionó, pero detrás del cambio

estaba el Diablo, su mentor: 

He aquí al verdadero salvador.


Nuestro Salvador, en su humildad infinita, no pudo

menos que reconocer su deuda:


El Diablo, no sólo lo había salvado

de una muerte, tal vez definitiva, sino de algo

peor: el descrédito popular. Ahora, volvería,

resurrecto y completamente empoderado…


“Te debo la vida, no sé como pagarte”


El diablo sonrió con un dejo de sarcasmo

mientras le ofrecía un cigarrillo importado:


“Tranquilo, no me debés nada.

Ya arreglaremos cuentas, hay tiempo

de sobra...”

 

 

 De  Los verdaderos evangelios apócrifos

 


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