(Asensio Escalante)
El poema siempre deja que desear.
Su parcialidad subjetiva no conoce
límites.
Puede versar sobre todo:
El mar, océanos ignotos, microorganismos
que pacen en el bosque, tritones, duendes
o núbiles doncellas etéreas como el éter.
Puede extenderse sobre el éter, sobre una mesa,
un cuerpo, un miembro, un rumor sin destino
o la proporción áurea.
Todo cabe, todo puede entrar y salir
por el poema con mayor o menor fortuna.
Siempre deja que desear; no impone nada ni
establece otra certeza que la de su propia y
efímera existencia.
A veces parece lograr la consistencia deseada,
pero siempre deja que desear.
Tiene sus etapas: la elaboración puede llevar
un tiempo, o brotar de una idea luminosa
o un eclipse, para elevarse y caer en el olvido.
No es difícil olvidar un poema:
casi todos lo consiguen sin mayor esfuerzo.
Por último, el poema puede olvidar que es
un poema, y volverse sobre sí como un objeto
punzante que penetra e interesa sus propios
órganos vitales, dejando expuesto ese vacío
pronunciado e incompleto.
El poema siempre deja que desear,
aunque contenga todo lo que hacía falta.
Siempre algo deja, afuera: algo que puede
volver bajo otra forma, en otro poema, del
lado de afuera.
El poema no sería deseable
si no dejara que desear.
Pero el poema puede olvidarlo todo,
hasta el propio deseo que lo emite
y preguntar: qué es un poema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario