jueves, 5 de mayo de 2022

El sueño colectivo ¿Un anacronismo?

 

(Luis Espejo)

 

Ahora hay menos contratiempos,

para el hombre de la calle

como para el ama de casa. La vida

cotidiana es menos azarosa; es más difícil

perderse entre la gente, entablar diálogos

con desconocidos.

Ya nadie pregunta la hora, todos saben y

tienen la información que necesitan para

no perderse, y mantenerse ubicados en el

tiempo y el espacio.


En los transportes públicos, ya no se cruzan

miradas intrigantes, sugestivas, insinuantes

o deseantes: Eso era antes, ahora nadie se

entera con quien viaja; cada uno atiende su

pantalla.


Antes, las relaciones eran otras; éramos otros,

no sé si era mejor.


El colectivero, además de lidiar con el tránsito

tenía que hacer los cambios, abrir y cerrar

puertas que eran otras y vender el boleto y

dar el vuelto: Todo tan natural, que hasta se

permitía encender un cigarrillo (una buena

señal para algunos pasajeros que viajábamos

al fondo: Si fuma él, podemos fumar todos)


II

Me demoré. No encontraba con qué pagar el

boleto, hurgaba en los bolsillos sin resultado:

ni monedas, ni billetes (ni siquiera las llaves

en su llavero descansando en el bolsillo derecho

trasero -los zurdos manipulamos ciertas cosas

con la diestra-)


Conviene relajarse en estos casos, pensé. De

algún modo iba a pagar mi boleto: yo nunca

dejé de pagar, nunca me reconocí deudor y

nunca me ví en esta situación.

 

El chofer lo entendió con naturalidad, y

mantuvimos una conversación distendida

mientras yo seguía buscando (volvía a buscar

donde ya lo había hecho, en busca de un

resultado distinto: algo común y normal a

la especie)


III

Creo que para tranquilizarme, en un gesto de

comprensión, me mostró un instructivo con

bellas ilustraciones sobre distintos objetos y

valores que la empresa aceptaba como pago, y me

pareció más que interesante : ¿Cuántas cosas hay

que ignoramos, hasta que nos toca atravesar una

situación particular y anómala, como ésta?


Había hasta llaveros como el mío (Ya encontrado:

en el bolsillo izquierdo, como nunca)

llaves, talismanes, recuerdos familiares, medallas

de honor, libros, gemelos, sacapuntas, trofeos

deportivos, condecoraciones de guerra y hasta la

cinta azul de la popularidad y boletos capicúa.


Pensé: uno siempre lleva encima algo inútil, que

puede sacarlo de un apuro y recobrar inesperadamente

la utilidad perdida (la utilidad siempre se pierde con

el tiempo)


No puedo estimar el tiempo que me demoró este

trámite, ni cuantas paradas duró nuestro diálogo,

pero al cabo pude efectivizar mi pago. No podría

precisar cómo lo hice, algo encontré:  Seguro

no era nada que me importara mucho, de lo contrario

lo recordaría)


Agradecí su paciencia al conductor, que me respondió

con un gesto comprensivo de complicidad y deslizó,

en un tono amigable, de franca camaradería, que en lo

posible había que tratar de no distraer demasiado al

colectivero en ejercicio de su función. Lo que no pude

menos que compartir con una mirada solidaria:


Sí, bastante tienen con su trabajo, pensé mientras

avanzaba en unidad a disfrutar el resto de mi viaje, 

atesorando entre los dedos mi boleto, ese pequeño trozo 

de papel impreso que rezaba al dorso:

Devuélvase al descender, algo que nunca hice ni vi hacer.



(Para redondear el desenlace feliz, falta agregar

que al llegar al fondo del Bedford, pude observar

que nuestro conductor encendía su cigarrillo,

es decir el nuestro)


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