(Luis Espejo)
Ahora hay menos contratiempos,
para el hombre de la calle
como para el ama de casa. La vida
cotidiana es menos azarosa; es más difícil
perderse entre la gente, entablar diálogos
con desconocidos.
Ya nadie pregunta la hora, todos saben y
tienen la información que necesitan para
no perderse, y mantenerse ubicados en el
tiempo y el espacio.
En los transportes públicos, ya no se cruzan
miradas intrigantes, sugestivas, insinuantes
o deseantes: Eso era antes, ahora nadie se
entera con quien viaja; cada uno atiende su
pantalla.
Antes, las relaciones eran otras; éramos otros,
no sé si era mejor.
El colectivero, además de lidiar con el tránsito
tenía que hacer los cambios, abrir y cerrar
puertas que eran otras y vender el boleto y
dar el vuelto: Todo tan natural, que hasta se
permitía encender un cigarrillo (una buena
señal para algunos pasajeros que viajábamos
al fondo: Si fuma él, podemos fumar todos)
II
Me demoré. No encontraba con qué pagar el
boleto, hurgaba en los bolsillos sin resultado:
ni monedas, ni billetes (ni siquiera las llaves
en su llavero descansando en el bolsillo derecho
trasero -los zurdos manipulamos ciertas cosas
con la diestra-)
Conviene relajarse en estos casos, pensé. De
algún modo iba a pagar mi boleto: yo nunca
dejé de pagar, nunca me reconocí deudor y
nunca me ví en esta situación.
El chofer lo entendió con naturalidad, y
mantuvimos una conversación distendida
mientras yo seguía buscando (volvía a buscar
donde ya lo había hecho, en busca de un
resultado distinto: algo común y normal a
la especie)
III
Creo que para tranquilizarme, en un gesto de
comprensión, me mostró un instructivo con
bellas ilustraciones sobre distintos objetos y
valores que la empresa aceptaba como pago, y me
pareció más que interesante : ¿Cuántas cosas hay
que ignoramos, hasta que nos toca atravesar una
situación particular y anómala, como ésta?
Había hasta llaveros como el mío (Ya encontrado:
en el bolsillo izquierdo, como nunca)
llaves, talismanes, recuerdos familiares, medallas
de honor, libros, gemelos, sacapuntas, trofeos
deportivos, condecoraciones de guerra y hasta la
cinta azul de la
popularidad y boletos capicúa.
Pensé: uno siempre lleva encima algo inútil, que
puede sacarlo de un apuro y recobrar inesperadamente
la utilidad perdida (la utilidad siempre se pierde con
el tiempo)
No puedo estimar el tiempo que me demoró este
trámite, ni cuantas paradas duró nuestro diálogo,
pero al cabo pude efectivizar mi pago. No podría
precisar cómo lo hice, algo encontré: Seguro
no era nada que me importara mucho, de lo contrario
lo recordaría)
Agradecí su paciencia al conductor, que me respondió
con un gesto comprensivo de complicidad y deslizó,
en un tono amigable, de franca camaradería, que en lo
posible había que tratar de no distraer demasiado al
colectivero en ejercicio de su función. Lo que no pude
menos que compartir con una mirada solidaria:
Sí, bastante tienen con su trabajo, pensé mientras
avanzaba en unidad a disfrutar el resto de mi viaje,
atesorando entre los dedos mi boleto, ese pequeño trozo
de papel impreso que rezaba al dorso:
Devuélvase al descender, algo que nunca hice ni vi hacer.
(Para redondear el desenlace feliz, falta agregar
que al llegar al fondo del Bedford, pude observar
que nuestro conductor encendía su cigarrillo,
es decir el nuestro)
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