(Carlos Inquilino)
Ella llegó y se sentó a mi lado.
Yo estaba en el asiento del fondo,
el más ancho, al costado izquierdo,
un lugar después de la ventana.
Había otros lugares, la unidad
estaba casi vacía. Pero ella eligió
ese, junto a la ventana: entre ella
y yo.
Y me miró: la miré.
Podría haberle hablado
no sé de qué. Hola…
Bueno, es común que alguien mire
a la persona con la que va a compartir
su asiento durante el tiempo limitado
y casi vacío de matices que representa
el viaje en un transporte público (es
común el mecanismo de mirar a esa
persona durante un tiempo limitado)
Es común limitarse a lo común.
En realidad, no había ningún motivo
para decir nada, eran presunciones
infundadas, fantasías que emite el
deseo. No había nada seguro como
para aventurarse así, al vacío…
¿Cómo lo tomaría?
¿Un buscador de aventuras, un zarpado
que cree que una está de oferta, tan solo
por sentarse al lado?
Yo era un extraño, y si en realidad
hubiera algún interés, ella podría haber
dicho o hecho algo, provocando la
situación como para entablar un
diálogo…
No, no iba a quedar como un desesperado
que aprovecha esta circunstancia azarosa
de proximidad para intentar un levante…
No sé, en algún momento se levantó y
bajó, mientras yo reflexionaba.
¿Sospecharía, acaso, que yo hacía este
viaje, a esta hora, sólo por tentar la
posibilidad de encontrarla?
No, es de esperar que no, pensaría que
sólo haría eso un desquiciado, un
obsesivo, un enfermo…
Ya está, hay que saber esperar la ocasión
y estar preparado para no dejarla pasar:
Puede que el tren pase una sola vez.
Ahora es momento de bajar.
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