(Horacio Ruminal)
No se puede soslayar la importancia
del fracaso, desde una visión histórica,
objetiva y desapasionada: Nuestra
historia está colmada de fracasos, sin
los cuales no seríamos lo que somos,
y casi nada sería como es.
La evolución, le debe mucho al fracaso.
Sería una necedad no reconocerlo:
Casi todo el conocimiento, y las sucesivas
adaptaciones producidas desde lo biológico
hasta los planos más abstractos, tributan
al fracaso. No es ocioso repetir.
II
Entre las vocaciones disponibles al presente,
el fracaso es, tal vez, la más sustentable.
La demanda de fracasados no declina y las
oportunidades se renuevan,
con un valor agregado:
Siempre se puede volver a fracasar.
(Aunque siempre es un adverbio excesivo
en su pretensión taxativa e inclusiva:
los modelos inclusivos ya fracasaron, pero
no siempre son evitables los excesos.
No siempre estamos en condiciones de
evitar. No siempre)
Tampoco siempre hay conciencia del fracaso;
una conciencia que no registra el paso del
fracaso, es una conciencia que fracasa, seamos
conscientes, o no…
III
No es difícil fracasar, lo difícil es sostener
el ritmo y mantener la distancia social:
El fracaso no goza de valoración ni aceptación
social (aunque compartamos el fracaso
comunitario) Nadie quiere compartir el
fracaso ajeno (aunque el término nunca nos
sea del todo ajeno: todos tenemos algún
fracaso que asumir y elaborar; no podemos
hacernos cargo de otros)
Los que fracasan, deberían mantener una
distancia saludable para no transmitir esa
carga negativa a los demás, como actitud
solidaria: No son un buen ejemplo, ni para
la opinión pública, ni para los formadores
de opinión.
Pero la solidaridad ya fracasó, era parte
del fracaso. Ahora, es cosa del pasado.
Si hay algo que no queremos,
es volver al pasado:
Ya conocemos su fracaso.
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