miércoles, 6 de julio de 2022

Amor y pez

 

(Ricardo Mansoler)

 

Los peces no aman,

no aman nada, ni

el agua, sus arrugas,

sus escamas.


No aman ser peces

ni les pesa; ni amar

el mar suelen los peces,

solo nadan.


No arman su pesebre

ni celebran las nuevas

corrientes de opinión:

de nada tienen opinión

formada.


Son pura forma en movimiento,

los movimientos pasan como

peces, bajo distintas formas

inamables.


Formas sumergidas que circulan

ajenas a la gravedad del mundo:

en el agua, casi nada pesa.


No aman ni penan por no amar,

no conocen la pena, no esperan

milagros ni se arrepienten cuando

pecan.


No penan ni padecen hambre,

y son en absoluto indiferentes

a la multiplicación de los panes

y los peces.


No son más antiguos que el agua,

pero se sabe que son mucho más

antiguos que la fe.


Abultan esas aguas desprovistas

de fe, van y vienen sin mayor sentido:

son peces, formas sumergidas que

circulan, incapaces de dar y recibir

amor.


No aman la vida, mal podrían amar

al prójimo: Es natural que se coman

entre sí.


Los peces no rezan, mal que les pese.

Tampoco las reses rezan; así les va:

Si lo hicieran, al menos podrían salvar

su alma, si la tuvieran…

Es difícil saberlo, habría que estar en

su carne, algo imposible (salvo para

quienes creen en la reencarnación, y

son pocos. Nosotros creemos en la

carne, en la fe y en el amor)


Es difícil poder amar sin alma.


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