(Aquino Lamas)
Una coma en mi cama,
alcancé a verla discurrir
desnuda entre la sábanas.
No vacilé, tampoco lo contrario.
Puede pasar, pensé: hay signos
de sobra y están por todas partes.
No es descabellado que alguna
coma náufraga, haya quedado
zozobrando entre las líneas más
o menos imprecisas de tanto
material onírico que no llega a
ser escrito en la memoria, ni en
algún otro papel.
Los signos tienen sus funciones,
como los sueños, aunque más
difusas.
Los sueños contienen imágenes,
sonidos y palabras: una máquina
silenciosa y misteriosa que nunca
se detiene, no deja de emitir algo
que acaso sea lo único que no
puede hacer una máquina.
Hay buenos cuentos y poemas
surgidos de sueños. La escritura,
emisión de signos, sueños y deseos,
no descansa nunca aunque la
actividad consciente disminuya.
II
Supe escribir en sueños,
incluso algún poema perfecto
que después no pude transcribir,
aunque lo recordara.
Es posible que mis mayores logros
poéticos hayan corrido esa suerte:
No me desespera, alguna vez lo haré,
o no, pero no suelo comerme las
comas.
Antes bien, puedo excederme en el
uso de los signos (uno busca precisión
aún cuando no tenga mucho que decir)
Tal vez ocurriera eso: esa coma se
sintió de más en el contexto soñado y
saltó, como una pulga del sueño a la
cama, en un movimiento de signo
inverso al nuestro, que asaltamos la
cama en busca del sueño, esa pausa
como un signo de puntuación a la
realidad incierta.
Ya no está, no puede haber ido muy
lejos esa coma: Se la de debe haber
comido mi gato, le gusta saborear
insectos.
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