(Epifanio Weber)
Desde los bordes del deslinde,
una vislumbre auspiciosa:
Los tiempos destilados
vacilan en proporción inversa
al volumen de la fe invertida.
La fe es un recurso renovable
para la producción de sentido,
la producción de consenso y
la producción de pruebas.
Estamos ensayando, los feligreses
se multiplican a una tasa razonable,
orifican los desmadres naturales
con una conciencia semejante al
pronunciado desapego de la masa.
(Total qué más da, cantaba el coro
de creyentes jóvenes en su momento)
La masa pasa de un estado a otro:
líquida, humeante, vacilante…
Mucílagos que cursan duermevelas
y estandartes. Líneas absorbentes
emergen de los tiempos muertos y
subdividen los quicios en exequias
ejemplares, para que brote un predicado
distinto de cero: Cualquier desmesura
es apropiada para sostener los postulados.
Las fórmulas resisten con dignidad
y altura al pie del fermento artificial
padre de todo lo que brota. Todo brota:
El futuro fragua y puede despejarse
de unas líneas, humildes en relación
al humo que los cuerpos emiten, antes
de ser inhumados para su reposo definitivo.
Un último destello anuncia la partida
de nuevos abonados: Los jóvenes no
temen, perfuman sus partes blandas
y confían en sus propios atributos
como embutidos en participios
cargados de futuro.
¿La masa está servida?
¿Esto era todo?
¿Son paralelos los bordes que nunca
se tocan?
¿Están tocando nuestra canción?
Puede que sí, en alguna parte.
El pasado de la recta es sinuoso
pero finito. Sólo los puntos son
infinitos.
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