(Amílcar Ámbanos)
El deportista sin talento
disfruta su condición sin conflicto.
A diferencia de otros, sabe que no
tiene nada que perder, ni un pasado
que defender:
Nunca ganó nada, nada tiene que
confirmar o revalidar; está libre
de responsabilidad con el pasado.
Vive su presente sin presiones; sabe
que sólo compite contra sí mismo y
cuenta con buenas chances: no es una
vara muy alta.
Puede disfrutar el desafío sin temor,
sabe que gane o pierda, todo quedará
en casa.
La competencia no lo asusta, lo mueve
la pasión (no hay pasión genuina, e
intensa que pueda desarrollar sin
competencia)
II
El talento no es todo, amén de ser algo
dudoso: no se puede medir.
Se conocen casos de jugadores
que brillaron una tarde, o una noche
consagratoria, y nunca más volvió a
asomar su talento…
Luego ¿puede alguien confiar en su
talento?
La pasión no lo necesita: Una vez que
el portador de la pasión (deportista,
jugador, músico, poeta) reconoce su
falta de talento, tiene todo por disfrutar:
No tendrá fans ni seguidores, ni un público
esperando que repita o supere sus proezas.
Nadie esperará ser cautivado por la magia
de sus movimientos o el resplandor de sus
virtudes y atributos superiores:
Todo lo que esperamos del jugador distinto,
del músico consagrado, o el poeta laureado,
le será tan ajeno como estimulante para
el libre desarrollo en el cultivo de su pasión
sin límites.
En conclusión: La falta de talento, reconocida
y asumida en su justa medida, puede ser una
condición esencial en el verdadero camino
a la libertad.
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