(Ricardo Mansoler)
Sobre un tendal natural
tendí la mesa y extendí
mi sombra de miembro
dispuesto al avistaje de
oportunidades, mientras
buscaba una palabra humana.
Vi arboladuras y gusanos
progresando en paralelo al horizonte.
Velámenes y frutos descartados por
la codicia eréctil, ajena
a la envergadura del anélido.
No hay historia sin reproducción:
se reproduce una parte de la historia,
lo que queda es la basura
de la evolución.
Otra tendencia que pasó:
unas dejan un rumor, o incluso
no dejan nada; otras dejan un tendal.
Pienso en los bosques que contiene
un árbol derribado, pienso en la papa
desterrada y en los nuevos alimentos
para la codicia humana apta para
el consumo.
El gusano me ignora con razón,
con mi memoria superior
no podría arrastrarme como él.
La entropía es invisible, imperceptible y
parece irrefutable entre las leyes físicas
que rigen los cuerpos semirrígidos.
Toda memoria tiende a cero:
toda la información que contiene
el universo, tiende a su propia
destrucción inexorable.
El gusano sigue su camino, indiferente
a las oportunidades del paisaje.
No sabe lo que le espera, aunque no
está solo: El paisaje contiene una buena
diversidad de pájaros, cualquiera de ellos
podría descender y devorarlo, pero también
comen lombrices, pequeños insectos, frutos
de los que defecan las semillas, que brotan
y florecen para que otros frutos maduren,
alimenten a otros, caigan y se pudran,
junto a los restos de otros organismos,
para alimentar nuevas generaciones de
gusanos.
El diseño del Orden Natural es perfecto.
Dios no podría haberlo hecho mejor,
piensa el gusano de la creación.
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