(Ricardo Mansoler)
Formidable, leí y me detuve,
no sé por qué me impresionó:
hay muchos adjetivos como ese
(aunque cada adjetivo es único
en su forma)
Leía la promoción de una novela,
hecha por su autora. ¿Qué tiene
esta palabra de particular?
Nada, sólo que no creo haberla
usado nunca, como si no fuera parte
de mi vocabulario, como si no me
perteneciera.
No es raro, sentimos que hay palabras
que nos pertenecen más que otras, a
las que no frecuentamos casi nunca.
Formidable, pensé ¿Cómo puede
prescindir tanto tiempo de este adjetivo?
Lo formidable, es que no es difícil de
aplicar: se adapta a cualquier sustantivo
con una eficacia formidable, y un detalle
no menos formidable: se escribe igual en
nuestra lengua que en inglés.
Un significante con más énfasis que
significado, multipropósito de amplio
espectro, que agrega valor a cualquier
cosa…
Un recurso útil para resaltar las virtudes,
reales o supuestas, de algo o de alguien:
un adjetivo que vende:
Hay que saber venderse, esa es la clave
para convencer al otro del valor de lo que
ofrecemos: El arte del engaño es esencial
para el comercio de la palabra, como para
todo comercio humano.
(Tal vez, todo arte sea tributario del engaño,
aunque no es lo mismo incurrir en él por
amor al arte, que hacerlo con otros fines)
Conocí a alguien formidable…
Este producto es formidable…
¿Cuántas palabras formidables estaré
ignorando, y cuántos objetos y sujetos
formidables pueden haber pasado inadvertidos
por mi vida, que no califica como formidable?
Pensé: hay que estar abierto a todas las
sensaciones que producen o tramitan las
palabras, cuanto más rico el vocabulario,
mayores posibilidades de transmitir alguna
sensación interesante, que justifique la
lectura, aún cuando carezca de todo interés.
Vivimos en un mundo de sensaciones
y promesas (como lo supo entender aquel
cantautor famoso, conocido como Sandro,
el Gitano, que en realidad no era gitano y
se llamaba Roberto, pero seducía e ilusionaba
a todas las jóvenes de entonces con su oferta:
un mundo de sensaciones)
Vuelvo atrás, desde el pleonasmo:
Lo que leía cuando me detuve, era una nota
que promocionaba una novela “ambientada
en esa formidable aventura humana que fue
la Conquista del Desierto”
Curiosa forma de describir un genocidio,
pensé: ¿una metáfora formidable?
Puede que no, pero en una metáfora se acepta
todo; es un recurso retórico para ampliar nuestra
percepción de la realidad. El mundo de las
metáforas es casi infinito, como el de las
sensaciones…
Y cualquier recurso es lícito y válido
cuando se trata de vender:
El fin justifica los medios, piensan los
historiadores que ponderan la campaña del
desierto y suscriben ambas metáforas:
No había desierto, ni hubo conquista.
Y hay otras palabras para contar esa
historia. Pero la Historia está hecha
de metáforas, de las que nadie espera
una verdad.
¿No es formidable?
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