(Horacio Ruminal)
Un animal que se extingue
se vuelve más poético:
incrementa esa condición
y hasta la adquiere, si en vida
no la supo obtener.
Especies como el minotauro,
el centauro, el dragón o la anfisbena
carecerían del valor poético que
ostentan, si circularan entre nosotros
como un perro, una cucaracha o un
cisticerco.
Hasta el chancho, si se extinguiera
-Dios no lo quiera- podría competir
sin desventaja con la condición poética
de un ruiseñor o una mariposa, por
ejemplo.
No hace falta abundar en ejemplos
para entender que la extinción, produce
o agrega valor poético a cualquier forma
de vida animal, más allá de su tamaño y
atributos estéticos valorables.
Desafortunadamente, el entendimiento
de casi todo animal es bastante limitado,
más allá de la empatía
que puedan generarnos estas criaturas:
Ellos no pueden entender que la extinción
representa una oportunidad de crecimiento,
que no sólo elevará su cotización en el
mercado poético, sino que les permitirá
perdurar a través de generaciones de
poemas, hasta que se extinga el último
de los poetas vivos y colapse el mundo
sensible.
(Tampoco entenderían que la extinción
es una apuesta a futuro y es tendencia)
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