(Dudamel Rambler)
La calidad de mis bostezos
había disminuído. Con total
desinterés alguien me lo hizo notar.
Tomé nota y lo agradecí
-ser agradecido no cuesta nada-
para luego verificarlo por mis propios
medios -había que cotejar duración,
frecuencia, intensidad, etc.-
No era empresa fácil comparar un bostezo
actual con otros que pertenecen al pasado:
No solemos guardar registro de todas
nuestras emisiones, mucho menos de las
que no incluyen palabras ni tráfico de valores.
Pero hacerlo redundaría, sin duda, en una
mejora en la calidad de vida:
Sabemos que el bostezo cumple una función
nada desdeñable y es patrimonio de las
especies más evolucionadas:
los peces no bostezan, sólo los mamíferos,
desde nuestra madre rata hasta el hombre
nuevo.
Como vanguardia evolutiva, a sabiendas
que entre tantos organismos conocidos y
desconocidos, somos los únicos productores
de conocimiento, -además de los únicos
productores- no ignoramos la importancia
de este acto cotidiano, y por lo tanto no
valorado sino como algo banal.
Sabemos que quien pase 24 horas sin bostezar
pone en crisis su sistema inmunológico, el
autoinmune, y todos los sistemas subalternos.
Si la abstinencia se extendiera algo más, los
riesgos se multiplicarían hasta un punto
acaso sin retorno.
No en vano, el Hacedor creó el mundo
en seis días: el séptimo bostezó, y vio
que era bueno; todavía lo hace.
El bostezo es un signo evolutivo
tanto como la risa; ambos contagiosos:
No estés solo ni ocioso.
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