lunes, 16 de enero de 2023

Bostezo y calidad de vida

 

(Dudamel Rambler)

 

La calidad de mis bostezos

había disminuído. Con total

desinterés alguien me lo hizo notar.


Tomé nota y lo agradecí

-ser agradecido no cuesta nada-

para luego verificarlo por mis propios

medios -había que cotejar duración,

frecuencia, intensidad, etc.-


No era empresa fácil comparar un bostezo

actual con otros que pertenecen al pasado:

No solemos guardar registro de todas

nuestras emisiones, mucho menos de las

que no incluyen palabras ni tráfico de valores.


Pero hacerlo redundaría, sin duda, en una

mejora en la calidad de vida:


Sabemos que el bostezo cumple una función

nada desdeñable y es patrimonio de las

especies más evolucionadas:


los peces no bostezan, sólo los mamíferos,

desde nuestra madre rata hasta el hombre

nuevo.


Como vanguardia evolutiva, a sabiendas

que entre tantos organismos conocidos y

desconocidos, somos los únicos productores

de conocimiento, -además de los únicos

productores- no ignoramos la importancia

de este acto cotidiano, y por lo tanto no

valorado sino como algo banal.


Sabemos que quien pase 24 horas sin bostezar

pone en crisis su sistema inmunológico, el

autoinmune, y todos los sistemas subalternos.


Si la abstinencia se extendiera algo más, los

riesgos se multiplicarían hasta un punto

acaso sin retorno.


No en vano, el Hacedor creó el mundo

en seis días: el séptimo bostezó, y vio

que era bueno; todavía lo hace.


El bostezo es un signo evolutivo

tanto como la risa; ambos contagiosos:


No estés solo ni ocioso.


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