(Amílcar Ámbanos)
Dudaba entre los puntos suspensivos,
pero había otros puntos
que también dudaban.
No era una duda puntual y precisa
pero podía precipitar al final
de la oración:
Había que elegir una opción entre
los signos de puntuación. Gracias
al sistema binario hay un punto
y dos puntos, dependiendo del modo
en que se quiera articular la continuidad
del texto.
Había que optar por lo menos dudoso.
Ahí dudaba: Entre ambos, los dos puntos
resultaban más interesantes; había un
misterio, que es a la vez condición para
producir otros sentidos, detecté hace años.
Ellos, ese signo doble, indican o sugieren
que lo que sigue es una explicación, que
completa lo anterior:
Una pretensión excesiva que no merece
explicación, a sabiendas que nunca hubo
nada que explicar en toda nuestra discreta
historia en el planeta (Mucho menos
podría haberlo en el poema que busca su
forma)
No hay explicación satisfactoria, para
justificar que alguien escriba un poema,
habiendo tantas formas y oportunidades
de comunicación disponibles.
Sin duda, los dos puntos son mucho más
que la suma de sus partes: no son dos
puntos cualesquiera que se juntan y se
enciman. Pero ésto podría llevarnos
a cualquier parte:
Hay que ser cautelosos, si se usan en forma
abusiva el efecto se degrada, el misterio
desaparece y el resultado sería un texto
ininteligible e inexplicable: como un poema.
Algunos poetas encontraron una solución
justa, práctica y efectiva, que además
multiplica el misterio y le ofrece al lector
una libertad mayúscula, que acaso no
merece: Prescinden de todo signo de
puntuación, democráticamente.
Se abstienen de usarlos, dejando todo
en manos del lector (que, de todos modos
lo leerá como se le antoje)
Sin duda, transferir las dudas al lector
es una solución superadora:
Mejor prescindir y punto.
Ninguno se ha quejado ni se queja:
saben bien que nadie los mandó a leer
este poema.
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