(Tomás Mercante)
Un poeta de poca monta, sin ninguna
trayectoria ni formación comprobable
puede, a veces, remontar vuelo y,
de un modo inexplicable, alumbrar un
poema que sorprende:
Si sorprende, significa que es bueno
o al menos tiene algo bueno: ¿Qué
podría haber de bueno, en uno que
no nos sorprende?
Quisiera haberlo escrito, pensamos.
Pero no; lo hizo ese miserable, un
imberbe que vaya a saber de donde
salió…
Emitir juicios de valor es peligroso,
pero todos lo hacemos y padecemos,
con o sin conciencia.
Un autor reonocido al que conocí hace
años, lo expresaba sin remilgos:
¿Cómo lo hizo? Es joven, no puede haber
leído ni vivido mucho. Yo me pasé más de
medio siglo leyendo y estudiando; leí todo
lo que hay que leer para escribir bien:
Desde Homero, Virgilio, Dante hasta Pound,
pasando por Rilke, Mallarmé, Pessoa, Góngora,
Quevedo, y Darío, Vallejo, y tantos otros más
todos los filósofos griegos, alemanes y franceses.
Hasta El pensamiento salvaje de Levi Strauss leí
y a Joyce, y al Antiedipo y sin embargo…,
quisiera haber escrito eso que él hizo, ese poema,
Y ojo, no viví al pedo: tuve una vida bien agitada
y seguro tuve muchas más mujeres que las que
va a tener él en toda su vida.
Sí, resulta inexplicable. Tal vez, si no fuera
inexplicable la poesía no sería lo que es
y no tendría mayor sentido.
¿Es poética la envidia? ¿Es correcto hablar de
una envidia sana?
No, no es el caso. Es difícil que alguien llegue a ser
reconocido por un poema, que acaso sea lo único
bueno que vaya a escribir.
Mientras el autor reconocido sigue gozando
de reconocimiento, aún después de muerto.
No resulta inexplicable:
Cualquiera puede hacer cosas inexplicables,
y eso es poético.
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