(Aquino Lamas)
Había algo vivo, una vivacidad inusual
en un texto descartado, un artificio tal vez
inadvertido que parecía cobrar vida ahora,
en esta lectura inédita. Hay una viveza
dentro del poema:
Ahí la ví.
Parecía muerto el poema, abandonado
hace años a su suerte (hay poemas sin
suerte: quedan suspendidos en estado
de reposo, como un cuerpo extraño a
los metabolismos y a la corrupción
natural de la vida)
¿Estaba muerto? ¿O sólo se trataba
de un reposo engañoso?
No dialogues con el poema, ni hables
de él en él, me decía mi mentor: Es
un recurso explotado y agotado, ya hay
quien lo hizo mucho antes y mejor de
lo que podrías hacerlo, como todo.
El poema es un juego, entre otras cosas
que puede ser, o no. El juego es como
la necesidad: no puede no ser.
Los juegos se repiten como fórmulas;
hay fórmulas apropiadas para cursarlos.
El juego es una propiedad de la repetición,
cada uno tiene su ritmo (el ritmo se aprende
como un juego)
El arte consiste en saber conjugar de un
modo propio, las distintas formas de la
repetición:
Sólo es aceptable repetirse, cuando produce
un sentido autónomo y distinto; es decir
propio:
Repetís lo tuyo, te repetís con propiedad;
te repetís a vos, no a otras voces.
El problema está en la falta de conocimiento:
Si uno ignora lo que hicieron otros, podría
repetirlo involuntariamente: Nadie creerá
en tu inocencia ni en tu ignorancia, y será
visto como una avivada.
La viveza es bien vista, pero una avivada
resulta algo condenable en el mundo de
los vivos.
El poema está ahí, reposa
con su materia muerta
y la viveza que lo sobrevive.
(Podría haber más, pero no sé si estoy
tan vivo como para detectarlo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario