(Horacio Ruminal)
Un discreto planeta
azul
que vaga en la
inmensidad del Cosmos.
Así se observa la
Tierra desde afuera,
dice Carl Sagan.
Nos distinguimos de
otros cuerpos
celestes por el azul
del agua, que cubre
el 70% de la
superficie que pisamos.
Todo lo pisable es
también posible:
La memoria fluye
hacia el olvido
donde todo se
disuelve para volver
al agua.
El agua se divide en dos: potable y otras.
La Filosofía parte
del agua, y observa
las relaciones entre
lo que fluye
y lo que es: El
movimiento crea la
ilusión del tiempo
para que fluya
la palabra que nos
crea.
Es difícil no pisar
agua, siendo agua
casi dos tercios del
planeta (la misma
proporción de agua
que contiene el cuerpo
humano)
Somos agua, amamos
el agua con alguna
fluidez. El agua es
movimiento:
Podemos amarnos
indistintamente
dentro y fuera del
agua, aunque ella
nunca sea la misma.
El agua es amor.
Somos el planeta del amor:
El planeta elegido
por el agua, que nos ama,
nos contiene y nos
mantiene amables.
En los otros, no
parece haber ni haber habido
agua. Son estériles
e inútiles, no los mueve
el amor sino las
fuerzas gravitacionales
y la inercia que
circula en el cosmos.
Sin amor ni agua, no
hay nada cultivable.
Somos el planeta
elegido: Un planeta azul
como el amor y el
único que cultiva, se
reconoce en su
cultivo y canta al amor.
Amamos el agua tanto
como al prójimo
(que acaso nos ame
más que nosotros)
en una relación
fluída y azul
como el mar azul.
El amor es como el
agua: se abre paso
y fluye, en
cualquier dirección; se filtra
por por una mínima
fisura y pasa.
Luego deja una
mancha de humedad
que suelen
aprovechar los hongos (los
hongos son casi todo
agua: están hechos
de amor como
nosotros)
No hay certezas
sobre el origen de los
hongos, ni del agua.
Estudios recientes
indican que el agua
sería más antigua
que la Tierra y que
el Sol:
Podría haber venido
de otra parte,
más allá de todo
lo rastreable y cognoscible,
se especula.
Como el color azul
o como el amor.