(Cósimo Stancatto)
Hay una miseria legítima
y otra espuria, apócrifa o dudosa,
aunque puede haber otras.
Sabemos que la miseria evoluciona
y es parte natural de la evolución
en curso, que nos incluye a todos,
incluso a la gente de bien.
Los movimientos inclusivos, como
la evolución, no discriminan; aceptan
todo privilegiando la unidad.
Las diferencias se mantienen, y también
evolucionan aunque no se note mucho:
Es legítimo no apreciarlas.
Pero hay signos para descubrirlo:
La gente de bien siempre aspira al bien
común, y lo expresa sin reparos, en forma
unánime. Aspiran a la unidad.
Mientras los otros apuestan a la división
y procuran profundizarla, como si no fuera
natural que nos dividiéramos en clases
para gozar de la movilidad social y la
igualdad de oportunidades.
II
Hay una miseria material y otra espiritual,
ontológica y epistemológica. Sólo no hay
la miseria aspiracional:
Nadie sano aspira a su miseria, aunque hay
muchos miserables con aspiraciones (las
hay tanto legítimas como dudosas)
También está la miseria de la filosofía, un
panfleto literario brotado de la imaginación
trasnochada de un pretendido filósofo que
quería cambiar el mundo, medrando con
supuestas divisiones:
“La violencia es la partera de la Historia”
Blasfemaba, y prometía acabar con ella
por medio de la violencia.
Un miserable que fue superado por la Historia
y la evolución histórica, en sentido dialéctico.
Hay una miseria legítima, aceptable, que todos
conocemos, y otras dudosas. Pero seguimos
evolucionando, en el buen sentido:
La evolución no puede detenerse.
Sólo los miserables pueden dudar
de la evolución y poner palos en
la rueda.
Su condición les impide compartir
la aspiración al bien común de
la gente de bien.
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