(Aparicio Custom)
Desde los orígenes de la humanidad
el cielo siempre fue un misterio:
tan intangible como inmensurable,
tan inabarcable como imprescindible.
Nunca supimos desde cuando estuvo
ahí.
La evolución histórica fue develando
algunas cosas: Sabemos que somos
una parte insignificante de la biomasa
de un planeta pequeño e insignificante,
dentro de un sistema solar entre tantos
que ocupa un lugar discreto entre
millones de galaxias.
Conocemos algo más, pero son palabras,
cifras, conceptos: El cielo es mucho más
que eso y no cabe en ninguna palabra.
Podríamos vivir sin palabras, como ya
ocurrió. Pero no prescindir del cielo,
está probado:
Entre las pruebas y ensayos realizados por
la inteligencia humana a lo largo de su
historia, para producir conocimiento, en
distintas ocasiones se experimentó la cría
de personas privadas de la visión del
cielo.
Tanto esta práctica, como la del aislamiento
de todo contacto humano, arrojaron resultados
negativos o produjeron cuadros patológicos.
No obstante, más allá de eso son considerados
experimentos exitosos; cumplieron su objetivo
contribuyendo a la búsqueda de la verdad:
La producción de conocimiento es el mayor
recurso disponible para sostener la evolución.
Las palabras también son un arma
útil para producir futuro:
Se trata de poder prevenir en todo lo posible
el porvenir, y sabemos que tarde o temprano
todos dejaremos de ver el cielo.
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