(Elpidio Lamela)
El quiebre de cintura
hacía la diferencia, un arte
que muy pocos dominan.
Esa capacidad para engañar
al otro y dejarlo en el camino
o hacerlo pasar de largo, lo
hacía un jugador distinto.
Mimado por los hinchas,
propios y ajenos, nunca dejaba
de sorprender con sus amagues
exquisitos, que siempre repetía.
Poseía otras virtudes, pero fue
esa la que lo elevó a la categoría
de ídolo popular.
El amor genuino e incondicional
de los amantes del buen juego,
está íntimamente vinculado al goce:
El goce natural, producido por el
engaño exitoso; el arte sintetizado
en un movimiento impredecible y
sutil, que deja al otro en ridículo.
Es ése y no otro el verdadero deseo
del público que paga para ver un
partido: Es lo que más se disfruta
y lo que despierta la pasión.
No importa cómo termine la jugada,
ni el partido: ese momento de goce
queda grabado en la memoria de
los amantes y es independiente.
El momento mágico en que el engaño
se consuma, es algo único y es lo que
alimenta la pasión.
No nos engañemos: Todo lo demás
es condición secundaria, argumento
para el consumo, la publicidad y el
lucro.
Mientras los amantes diletantes
esperamos que se consume el arte
del engaño.

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